Andalucía, oficialmente

La presencia del poder sevillano ha superado aquí, en Granada, lo estrictamente "autonómico" para erigirse en algo coercitivo

Treinta y siete años después del Referéndum de ratificación de la autonomía para Andalucía, en el que -recuérdese- en la provincia de Almería no se alcanzó la mayoría necesaria para su promulgación y hubo de ser sustituida la voluntad real popular por una modificación, pactada entre políticos, celebramos -seguimos celebrando- el Día de Andalucía, oficialmente, como fiesta de la comunidad autónoma, en la fecha de hoy, 28 de febrero, aún sabiendo que lo que por "arte de birlibirloque" de algunos políticos sevillanos -con la anuencia de todos los de las demás provincias- dio al traste, definitivamente, con lo que fue y representó a lo largo de casi medio milenio de historia de España el Reino de Granada.

Algunos sectores de la ciudadanía de Granada -y con esta denominación se ha de entender cierta parte de Andalucía oriental, también denominada Alta Andalucía- esa que aún se identifica con la que cierra en su punta el escudo constitucional de España y siempre fue muy reticente con la idea sevillanista de "lo andaluz", oficialmente y tras la instauración de la autonomía andaluza de la manera que hoy se entiende y aplica ha visto progresivamente desdibujado su poder, su capacidad de representación y su protagonismo -su "peso"- en su propia historia, sintiendo "colonizada" la gestión y el gobierno de las instituciones, los monumentos y hasta la geografía que identifican la misma tierra, sus gentes, su cultura, su folklore y todos aquellos aspectos que definen su más profunda idiosincrasia. La presencia del poder sevillano ha superado aquí, en Granada, lo estrictamente "autonómico" para erigirse culturalmente en algo claramente coercitivo, que por momentos llega a ahogar "lo propio", llegándose a sentir de algún modo "conculcado" aquello que el profesor Cazorla denominó, sutil, sagaz y muy inteligentemente, "el ser granadino".

Todo esto y mucho más -que sólo como observador y desde la reflexión pongo ahora de relieve- viene empujando con fuerza creciente ese movimiento emergente que se presume, en un futuro posiblemente no muy lejano, como forma política concreta, como partido, que, si lo estructuran con suficientes atractivos y bastante capacidad seductora, podrá acoger voluntades hoy dispersas y desamparadas e implicar luego sensibles modificaciones en el panorama político y social de la actual Comunidad Autónoma Andaluza. Y desde luego, en Granada. ¿O no?

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