Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

coleraquiles@gmail.com

Andaluz, a tiempo parcial

Me gustaría sentirme andaluz y gritar: "¡Viva Andalucía, libre y nazarita, abajo los bárbaros del norte!"

Qué más quisiera yo que sentirme andaluz, aunque fuera a tiempo parcial, como muchos trabajadores de esta hermosa tierra, pero hasta esta consoladora ensoñación se encuentra hoy en día un poco cachifollaílla, como diría mi Tita María. Ahora soy más de los cigarrillos que nos liábamos en Jaén, el Monti y yo, con el tabaco de picadura de las pastillas que traía su tío de Melilla, mientras traducíamos a Tito Livio y a Heródoto, que no son de aquí; de las tazas de caracoles con yerbabuena de La Rambla, de las tierras rojas de Nueva Carteya, con sus olivos gigantescos, de las 'eses' de Lusena, del andaluz que hablan algunos granadinos cultos, de la plaza de Santa María de Jaén donde besé a mi primera novia y recibí la primera bofetada de amor, pese a haberla besado, dulcemente, sin ningún género de violencia. De la pastelería El Sol, de los bancos de la cuesta de la Alhambra en los que nos sorprendía enlazados, al atardecer, el anciano párroco de Santa María, cuando subía despacito, asfixiándose, para recogerse en la rectoría... de mis maestros ceneros de amor venal, de mi maestro cenero del fino amor, del Zocato que dirigió el rito del agarejo que hizo de mí un hombre. Del prodigioso Atlas lingüístico y etnográfico de Andalucía que redactaron mis maestros, Alvar y Llorente. De las clases de don Emilio Orozco sobre San Juan de la Cruz. De los primeros cubatas en el bar El Elefante, junto a la parada del 3, pagados por mi amigo Puti, que trabajaba y tenía pelas, en tanto que yo, estudiante, estaba seco... De los libros de la colección Austral que nos vendía el dueño del kiosco de la Fuente de las Batallas. Él facilitó que leyera a Valle-Inclán y me deslumbrara con sus divinas palabras. Del soneto que hay en la Virgen de las Angustias, esculpido junto a un Cristo crucificado, que leía con mi amiga, algunas tardes de otoño. Su primer verso: "No me mueve mi Dios para quererte", nos inspiraba tiernas palabras de amor humano. De Raimundo, el albañil, un muchacho alto y poderoso, por el que le cambié el nombre a la Osa Mayor una noche, de vuelta al pueblo. Los estrelleros la llaman desde entonces la Palustra Raimundea. De la extinta ensaladilla rusa del Suizo. Del quiosco de Córdoba donde Anguita me dio el carné del Partido... Me han pasado muchas cosas en Andalucía y ninguna de ellas, según creo, tiene nada que ver con la patria andaluza... Me gustaría ser andaluz a tiempo completo, para poder gritar: "¡Viva Andalucía, libre y nazarita, abajo los bárbaros del norte!", pero las patrias cuestan demasiado, disimulan demasiadas vilezas y no sirven, por lo general, para nada bueno.

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