Anna y los suizos

¿Qué paisaje buscará Anna Gabriel en Ginebra? ¿Y qué congojas no sacudirán su tierno corazón patriótico?

Uno recordaba la Suiza de Rousseau, de Füselli, de Burckhardt, de Valloton, la áspera e inmisericorde Ginebra de Calvino, que prendió fuego a Servet; la Suiza de Jung y sus fantasías arquetípicas. También la Suiza que dio sepultura a Borges, y donde el argentino había esperado un Nobel que no habría de venir. A partir de ahora, quizá haya que considerar la Suiza de Anna Gabriel como una modalidad de exilio donde entren, a partes iguales, el flujo de divisas y el montañismo. Chateaubriand, orillado en Venecia, se preguntaba por qué en las Confesiones de Rousseau no aparece ninguna descripción de la ciudad, ningún esbozo paisajístico, a pesar de que don Juan Jacobo había vagado por allí, y así lo menciona en sus páginas. ¿Qué paisaje buscará doña Anna Gabriel en la civilizadísima Ginebra? ¿Y qué congojas no sacudirán su tierno corazón patriótico?

Uno se pregunta todo esto porque no es lo mismo la Suiza de Calvino que la de Füselli (aunque ambas fueran expresión de una pesadilla); y tampoco es igual la reposada erudición de Burckhard, de la cual nace la moderna Historia del Arte, que la vertiginosa pintura de Valloton, donde la cañonería de la Grand Guerre cruza sus lienzos como un meteoro infausto. Si hubiera de aventurar una hipótesis, cosa que hago gustosamente, uno sugeriría la Suiza de Jung como secreto modelo de las aspiraciones de doña Anna Gabriel. Recordemos que Jung no quiso instalar la luz eléctrica en su torre de Bollingen, construida a orillas del lago Zúrich, para no espantar a los fantasmas. También relata Jung en sus memorias que, mediada la noche, alguna vez se apareció bajo su ventana el espectral Ejército de Wotan, que es como la Santa Compaña galaica, pero en orden de batalla. De esto, naturalmente, podría deducirse que Jung necesitaba un psiquiatra. Pero a nosotros nos basta con señalar que Jung conocía en carne propia la fuerza y la sugestión del mito. ¿Es este ejército de viejos guerreros, esta hueste de Odín, este símbolo fantasmal de la tiranía del linaje, tan grata al nacionalismo, lo que ha ido a buscar doña Anna Gabriel en tierra suiza? No es posible saberlo.

Ya digo que Jung consideraba al hombre un mero eslabón, un perfil indistinto, en la cadena ancestral del ser. Para Freud, sin embargo, el hombre, el hombre civilizado, era principalmente un individuo. El caso es que doña Anna Gabriel, no sin contradecirse, ha huido como individuo de la ancestral llamada del catalanismo.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios