la tribuna

Francisco González García

Aulas tecnológicas

DESDE hace más de cinco décadas se habla del uso de las nuevas tecnologías en educación y se las presenta como una de las soluciones para mejorar los aprendizajes y facilitar las enseñanzas. Suscribo que toda innovación puede ser potencialmente positiva y que nunca tiempos añejos fueron mejores pues ya Platón se quejaba del mal nivel de los estudiantes griegos frente a sus colegas del Nilo. No pretendo ser apocalíptico, las nuevas tecnologías o las viejas tienen un inmenso poder para favorecer la enseñanza y mejorar el aprendizaje de todos aquellos que quieran aprender y no solo seguir divirtiéndose en las aulas, en definitiva para los que quieran invertir en futuro sin menosprecio del esfuerzo que supone aprender.

Entrando en materia y tirando de memoria recuerdo que mis primeras experiencias escolares con las nuevas tecnologías, de las de entonces, eran los radiocasetes y las diapositivas con que mis profesores amenizaban las clases. Aquello de apagar la luz o cerrar las cortinas para que el cuadro de Murillo se apreciara con claridad tenía su encanto. Los problemas del carro de diapositivas o de la imagen invertida se solucionaban presto por el profesor o por el listillo de turno que le hacia la pelota al profe. Luego llegaron los acetatos o transparencias que fueron el último avance que estuvo en manos exclusivas de los profesores.

Cuando llego la explosión del video, y todos los profesores se empeñaron en poner cintas VHS para favorecer los aprendizajes, la cuestión empezó a complicarse para el docente, pues era necesario seleccionar secuencias, parar, avanzar, etc. En ocasiones el profesor no terminaba de dominar aquel aparato, que el mismo puede no hubiera adquirido para su hogar, y algunos alumnos terminaban resolviendo los problemas puesto que ya manejaban aquellos artilugios en sus hogares. La situación había derivado hacia la entrada en las aulas de un elemento que muchos alumnos ya conocían ampliamente, que era cotidiano en los hogares y que se usaba como entretenimiento. Y aunque el video estaba matando a la estrella de la radio, la situación no era aún incontrolable.

El desembarco masivo en las aulas de las actuales tecnologías de la información, no digamos ya nuevas porque el epíteto se queda rápidamente viejo, está provocando situaciones verdaderamente curiosas. No hablo del empeño en usar los ordenadores como elementos básicos de enseñanza, que junto al dispendio económico que supone su renovación y reparaciones, por parte de un alumnado que conocen al artefacto y lo vienen usando como elemento de ocio desde tiempo atrás. No hablo de la situación general para los docentes de 40 años hacia arriba para los que el ordenador y todo lo referente a las aulas 7.0, plataformas virtuales y demás zarandajas del estilo educación del futuro, que tanto le gusta vender a los políticos de turno, no estuvieron presentes en su formación como docentes y que han tenido y tienen que emplear muchas horas de autoformación. Que poquito se piensa en facilitarles estos aprendizajes y cuanto se gasta en decir algunas otras incongruencias. No obstante éste tampoco es el último problema tecnológico.

Desde el chupete nuestros tiernos infantes están siendo socializados en ordenadores, web, redes mientras que sus profesores, en algunos casos, aun dudan de si al pulsar F5 pudiera ocurrir algún desastre mundial. Si me dicen que el ordenador y la pizarra digital deben sustituir al libro y a la tiza, encantadamente lo acepto; pero apreciemos que nuestras aulas tecnológicas se están llenando de un sinfín de aparatos que los alumnos portan con o sin el consentimiento de sus profes y diría que con el beneplácito angustiado de sus padres, madres y/o tutores. Reúno semanalmente las quejas de alumnos y familias que tienen que recuperar los móviles que sonaron en clase. Y es que el chaval no puede vivir sin "dar un toque" para decir que ya llegó a clase. ¿Pero es que iba a otro sitio?

Añadamos los artilugios android, blackberry y demás que les resultan imprescindibles a nuestros adolescentes y con los que por supuesto aprenden muchísimo gracias a la Wikipedia. Y las oportunidades tecnológicas son casi infinitas: comentarios en directo de las clases de la profesora pelma emitidas por tuenti a la clase contigua, grabaciones y fotografías clandestinas del aula que se cuelgan en las redes sociales adicionadas de cariñosos comentarios hacia las destrezas de los presentes en clase, y no continuo por no alarmar. ¿Qué protección tiene el profesorado ante esta marabunta de cachivaches electrónicos que los alumnos llevan a sus clases con total impunidad y con el acuerdo tácito o explicito de sus padres, madres y/o tutores?

¿Cómo fue que hasta ahora todos nosotros estuvimos en el colegio sin móvil y llegamos a sobrevivir? Y pensar que mi mayor disgusto en el colegio fue cuando se estropeó la bombilla del proyector y nos quedamos sin ver las diapositivas de la reproducción de las abejas.

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