Un día en la vida

Manuel Barea

mbarea@diariodesevilla.es

Banderas al viento

No hace falta que sean miles, en una docena de tíos enarbolando banderas no hay nada aprovechable

Tantas banderas juntas, agitándose al viento. Dan miedo. En la misma ciudad que semanas antes habían gritado que no lo tienen. No sé cómo puede gustarles eso. Sean del color que sean, tengan las franjas, las barras, las estrellas, las cruces, las flores, los animales, los escudos, los emblemas, los símbolos y hasta las herramientas que tengan, tantas banderas juntas, desplegándose, arrebujadas o en formación, no pueden traer nada bueno. Tantas banderas juntas, da igual que las enarbolen al paso de la oca o de la cabra o bailando el mambo, dan miedo. Y no hace falta que sean tantos, es el gesto. Es cierto que la inquietud aumenta y puede desembocar en pavor si son centenares, no digamos ya miles, pero no hace falta más que una docena de tíos con banderas para constatar que ahí no hay nada aprovechable.

Puedo llegar a entender que se tenga una bandera colgada en alguna habitación de la casa, de puertas adentro -ese patriotismo de balcón no lo he entendido nunca-, allá cada cual con su idea de la decoración, o que se lleven sus colores cosidos a una manga, en el cuello de una camisa, en un cinturón o en una pulsera, allá cada cual con su idea de eso que llaman moda, pero una muchedumbre tremolando banderas como si no hubiera un mañana y con las carótidas del tamaño de una amarra me envía a la otra punta de la ciudad. Del país.

Y admito y reconozco que aquí probablemente esté el error: que quienes no sabemos qué hacer con un pendón ni con un estandarte ni hemos tenido ni tenemos ni tendremos la intención de seguir a nadie que enarbole cualquiera de ellos y menos aún la de incrustarnos en una de esas marchas dominada por una bandería, tenemos perdida buena parte de la partida al poner tierra de por medio y alejarnos de ese gentío cuanto más mejor. Los abanderados lo saben. No se nos da bien eso de chillar bajo telas de colores. Ingenuamente creímos que para este milenio, para esta época de los años dos mil y pico, eso de las banderas sería asunto de museos y academias donde quien quisiera podría conocer, ajadas por el tiempo y con las costras y los jirones de las batallas, las enseñas por las que nuestros antepasados se partieron algo más que la cara. Pero se ve que no, se ve que hay gente que aún pierde el seso por sacar a airear la suya y quemar la del otro. Bueno, al menos la industria textil tiene futuro. Allí es un sector potente, ¿no?

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