La clave

Jaime Vázquez Allegue

Beato Leopoldo

E N eclesiología -una de las asignaturas teológicas más destacadas- se sabe que la carrera a los altares pasa primero por la declaración de siervo, después de por la beatificación y, finalmente, por la canonización. Lo cual, dicho en lenguaje de andar por casa, significa un largo itinerario hacia los altares acompañado de un riguroso y entramado proceso de estudio, análisis e investigación que pasa por el control de numerosas congregaciones, instituciones y dicasterios vaticanos. El camino hacia los altares es largo y a veces tortuoso lo cual hace -debería hacer- que a santo sólo llega el que realmente lo fue. De esta manera, la institución eclesial evita -debería evitarlo- que personajes de vida dudosa y discutible se conviertan en objeto de veneración y, con el tiempo, de escarnio para la religión. Porque sepa el lector, que el listado de santos que no existieron, beatos que no lo fueron y siervos de Dios de vida poco ejemplar, llenaría las páginas de este periódico y haría falta un suplemento.

Fray Leopoldo es uno de esos modelos que ha seguido todo el itinerario con el detalle y la minuciosidad orfebre de quienes han estado detrás de su largo proceso de beatificación. De los postuladores que han coordinado la causa y del pueblo que ha seguido con veneración y tradición día tras día. Ellos son la garantía de que la causa ha merecido la pena. El proceso de Fray Leopoldo ha sido, en este sentido, modelo y ejemplo de virtudes. No me refiero al fraile, que lo damos por hecho, me refiero al proceso canónico que se ha seguido para llegar a donde ha llegado.

Y digo todo esto a propósito de otros procesos recientes que han discurrido por vías más rápidas y se han podido saltar los pasos rigurosamente establecidos por los mismos que los establecen. Menos mal que la fe es algo más grande y hace la vista gorda en muchas ocasiones. Y menos mal que hoy contamos con buenos medios de comunicación que destapan cualquier duda que pueda entorpecer la carrera a la santidad.

El proceso de Fray Leopoldo es de libro, de esos que se estudian o deberían estudiar en eclesiología, en derecho canónico, en espiritualidad y en todas las disciplinas del gremio que animen como objetivo último de la fe, la subida a los altares. Sin embargo, yo sigo pensando que para que uno sea santo no hacen falta padrinos, ni una comisión que postule, ni un proceso largo o breve, ni un cheque en blanco, ni milagros, ni otras muchas cosas que la propia institución ha ido creado con el paso de los siglos. Hay tantos santos anónimos, tantos beatos olvidados y tantos siervos de Dios desconocidos y que no están en los altares oficialmente que sería imposible llenar el calendario de la eternidad.

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