Palabra en el tiempo

Alejandro V. García

Beber

EL gremio de los informadores está obligado a agradecer al alcalde, José Torres, su determinación de declarar la ley seca en las calles de la ciudad y clausurar su botellódromo entre los días uno y tres de mayo próximos. Con esta decisión el alcalde nos regala a los periodistas (y por supuesto a los políticos de todos los bandos) un nuevo entretenimiento que inspirará numerosas páginas de aquí a las horas inmediatas del Día de la Cruz. Y todo, como ha ocurrido en otros años, para que el final diluvie y el agua lave las malas caras, arrastre las palabras huecas y concentre a los bebedores bajo techo. Pero lo importante no es la llegada sino el viaje y, en este sentido, tenemos casi un mes por delante, ahí es nada, para divagar, analizar y hurgar en los términos de la ley seca hasta extraerle todo su jugo y toda su humedad.

Yo no creo que Torres Hurtado haya actuado mal siempre respecto al botellón. El problema es su incoherencia. La construcción del botellódromo representó todo un hito en la labor de los ayuntamientos para conciliar el derecho al descanso de los vecinos con el de los jóvenes a divertirse al aire libre. El reciente botellón de primavera fue, desde el punto de vista del orden público, modélico. Las tribus urbanas aceptaron la reclusión a las afueras de la ciudad y, salvo excepciones, no desbordaron los límites del recinto. La controversia, más bien, vino por las confusas manifestaciones del alcalde sobre las virtudes de los bebedores de "dentro" y la intemperancia de los de "fuera". El botellódromo se hizo, vino a decir el alcalde, para que bebieran los dipsómanos residentes, no los forasteros. Y apartir de esta sigular disyuntiva según la procedencia y nacimiento se amó la marimorena.

Ahora ha ocurrido algo parecido. El alcalde ha decidido cerrar el botellódromo que él mismo construyó con el benemérito propósito de que allí se reunieran los jóvenes. ¿Por qué? Porque teme que allí ¡se reúnan los jóvenes a beber! La decisión es bastante inconsecuente y paradójica. ¡El alcalde cuestiona su propio botellódromo ante la eventualidad de que se utilice para el fin que se creó! La aclaración de Torres Hurtado de que teme que allí se aglomeren, además de los granadinos, chavales de otros lugares, añade más confusión. ¿Es que el botellódromo se levantó con la idea de disponer de un chiquero para uso exclusivo de bebedores granadinos? ¿Cuál es la diferencia cualitativa? ¿Habrá que solicitar la denominación de origen?

La falta de consecuencia del alcalde quizá obedezca a una razón que no se atreve a exponer por miedo a desdecirse: el arrepentimiento por haber construido el botellódromo. ¿O no?

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