La tribuna

Manuel Lozano Leyva

¿Cambia o no cambia el clima?

PUES ni lo sabemos a ciencia cierta ni averiguarlo es lo fundamental del problema. Aún más incertidumbre: si el clima estuviera cambiando, tampoco sería esencial saber que es por culpa nuestra. Si esto es así, puede que lo sensato sea tomar la actitud a la que invitan los simpáticos autobuses ateos: despreocuparse y disfrutar. Pero no, porque si resultara demostrable en algún momento la existencia o inexistencia de Dios, probablemente cambiaría poco las cosas, pero como el clima cambie de verdad sí que las consecuencias iban a ser palpables y sin duda trágicas. Ésta es la raíz del asunto: no hacer nada es excesivamente peligroso y, además, luchar contra ese posible cambio, aunque no exista, puede que sólo nos traiga ventajas.

Vayamos primero con los datos. El clima no ha sufrido cambios drásticos en los últimos 3.000 millones de años. La fascinante paleoclimatología así lo ha demostrado. Sin embargo, fluctuaciones menores se han detectado claramente, pero con periodos tan variables que no pueden ni llamarse así porque no presentan ninguna periodicidad. Las amplitudes de esos cambios también son difíciles de definir y cuando se han empezado a tener datos cuantitativos, digamos desde el siglo XVIII hasta ahora, éstos han sido escasos: precipitaciones, temperaturas, humedad, presiones y poco más. Para colmo, todos ellos referidos a tierra y fundamentalmente europea.

En las últimas décadas, en cambio, disponemos de unos medios impresionantes para medir la evolución de un sistema físico tan extraordinariamente complejo como es la atmósfera y además de manera global: los satélites y los superordenadores. Los datos y el análisis de los mismos presentan tendencias que aún no son inequívocas, pero que desde luego son alarmantes, porque lo que está más claro son las consecuencias para la vida y en particular para la humanidad: casi todas nefastas. Así pues, a los negacionistas puede que no les falte cierta razón que sustente su actitud. Aún más, imprudencias pasadas de catastrofistas sin fundamento se las afianza: ¿quién se acuerda hoy día de la lluvia ácida o del agujero de la capa de ozono?

Los posibles escenarios son sólo tres. Primero, no hay cambio climático; segundo, hay cambio climático que podemos paliar; y tercero, hay un cambio climático inevitable. Las decisiones a tomar son dos: no hacer nada o reducir las supuestas causas. No hacer nada en el primer caso es jugar a la lotería, en el segundo es jugar a la ruleta rusa y en el tercero dicho está adónde lleva: a no preocuparse y disfrutar unos y a rezar los demás.

Intentar aminorar las causas reales o hipotéticas supone fundamentalmente reducir emisiones de gases de efecto invernadero, o sea, independizarnos en la medida de lo posible del petróleo, el carbón y el gas. Ello conlleva ventajas geoestratégicas (independencia de países, digamos, "poco amables"), medioambientales (al margen del cambio climático, por ejemplo, evitando el chapapote), tecnológicas (nuevos campos de investigación científico-técnica), laborales (infinidad de puestos de trabajo), financieras (oportunidad de negocio por reactivación de la economía), etc. En los tres escenarios apuntados anteriormente, el único peliagudo es el tercero, o sea, que el cambio climático sea inevitable hagamos lo que hagamos. La consecuencia es que dentro de un siglo pensaremos en el pasado estando helados o asfixiados y con caras de tonto, pero al menos con la convicción de que se hizo lo que se pudo.

Dos líderes políticos se han pronunciado días atrás sobre estos asuntos: Obama y Aznar. El primero quiere luchar contra el posible cambio climático con tanta ansia que habla incluso de inaugurar una nueva era. Optimización del transporte eléctrico, restricciones al consumo de los automóviles europeizándolos, impulso a las energías renovables, apoyo a nuevas investigaciones en fuentes energéticas como el hidrógeno, etc. Por cierto, alerto al lector del siguiente asunto: a Obama no le sacan una palabra sobre las nucleares ni con sacacorchos. Apuesto vida y hacienda a que, en cuanto considere acreditado su cariño por el medio ambiente, autoriza las más de treinta solicitudes de licencia que tiene en su mesa para la instalación de centrales nucleares de nueva generación. Y entonces nos hacemos todos pronucleares; así somos.

La postura de Aznar abanderando a los negacionistas del cambio climático mejor la dejamos para un día que estemos alicaídos. Seguro que su análisis nos levanta el ánimo.

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