EL fenómeno Obama tiene una lectura muy clara: el deseo de cambio. Estados Unidos pide a gritos un cambio, la gente común, la que ha querido votar como nunca en estas elecciones norteamericanas, pide a gritos un cambio. Sin duda Obama ha generado un entusiasmo inusitado que ha conseguido encender una potente luz en medio de las tinieblas en que el todavía inquilino de la Casa Blanca, Bush Imperator, había sumido al mundo. Ocho años de ultraliberalismo y ultraconservadurismo drástico, sin fisuras, sin matices, han llevado a un desastre económico y de liderazgo que no sólo ha dañado la imagen norteamericana fuera de sus fronteras, sino que ha hecho que los propios norteamericanos se hayan sentido avergonzados, dentro y fuera de sus límites. Resulta patético que Bush no haya podido ayudar al candidato republicano en su campaña. Lo hubiera intentado, si le hubiera quedado un ápice de popularidad escondido en cualquier bolsillo de su chaqueta.

Pero no sólo en los Estados Unidos, también por el viejo continente la mancha ultraliberal se había ido extendiendo, embadurnándonos, como si fuera de aceite o de petróleo. Y en esto llegó con toda su crudeza la crisis y terminó de ponerle a Obama en bandeja la Presidencia. Antes, claro está, Obama se lo fue ganando por su mensaje atrevido, por su "yes, we can", ese lema, por cierto, tan futbolero para nosotros. Sí, podemos cambiar el mundo con la democracia, que es el control de la vida por el pueblo. Y siempre que consigamos que la política mueva de verdad al pueblo podremos cambiar las cosas, comenzando por el control democrático y popular del capitalismo financiero en correspondencia con la economía real del trabajo. Entre la basura subprime la historia se abre camino, no deja de escribirse día día. Como en la larga lucha por los derechos civiles de los negros (con un recuerdo especial a Martin Luther King y a Rosa Park, "la madre del movimiento por los derechos civiles"), como la conquista del derecho al voto negro, nunca, seguramente ejercido con tanta fe como ahora.

Sí, importa Obama, la persona Obama, aunque no sabemos si va a poder responder a tantas expectativas como ha levantado. Pero lo que importa sobre todo es el símbolo Obama. Lo que Obama simboliza, que es el cambio en todos los sentidos. Empezando por la gran fuerza simbólica que encierra el que un ciudadano de raza negra llegue a ser presidente del país más poderoso de la tierra, cuarenta y dos años después de que se permitiera en EEUU el voto de los ciudadanos negros.

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