El virus de la charlatanería recorre el mundo. No es nada nuevo pero esta vez parece especialmente ponzoñoso. Como en las viejas películas del oeste, se multiplican los vendedores de crecepelo y ungüentos mágicos que con un chasquido de sus dedos abrirán las puertas de un nuevo mundo de luz y de color. Hay prestidigitadores que prometen una nueva Constitución que borrará de España las injusticias y desigualdades. Otros sostienen que Cataluña será el país más grande y rico del universo y aseguran que la independencia es el bálsamo de Fierabrás político que anhelábamos secretamente. Hasta los andaluces vimos desfilar el pasado domingo a un puñado de ilusionistas que nos desean independientes y soberanos pues, según ellos, habitamos una colonia española. Al otro lado del Canal que nos aísla de la vieja Albión, resuenan al sur los pífanos del Rule Britannia y al norte las gaitas de Scotland the Brave, exigiendo grandezas propias e independencias varias. Y allende el mar, han aupado a la Casa Blanca al profeta de una América Grande y ensimismada. Pero el panorama continental no resulta más halagüeño; la amenaza del fascismo reciclado de Le Pen se cierne sobre Francia; la impericia del primer ministro Renzi y el populismo ramplón del Movimento 5 Stelle han puesto a Italia en el disparadero; se aplaude y lo peor, se vota, a dirigentes autoritarios y cuya idea de la democracia es, cuando menos, discutible y limitada. Al menos, Austria nos ha salvado de la vergüenza de ver a un ultraderechista en el Hofburg vienés, aunque haya sido en el último momento y en un contenido suspiro.

También en los años treinta los charlatanes prometieron infalibles soluciones mágicas. Unos revivirían las glorias de antiguos imperios grabadas en viejas estelas funerarias o fundarían un Reich que duraría mil años. Otros llevarían a los obreros hasta el paraíso internacionalista donde no habría patronos ni capital. Un edén de paz y libertad. Supongo que no será necesario recordar que todos aquellos sueños degeneraron en terribles pesadillas. El pensamiento mágico del charlatán atrae y seduce pero no debería convencernos.

Cuando Totó, el perrito de Dorothy, hizo caer la cortina se descubrió que el Mago de Oz sólo era un ilusionista embaucador y farsante. Así que el espantapájaros se quedó sin cerebro, el hombre de hojalata sin corazón y el león cobarde siguió viviendo asustado. Necesitamos a Totó.

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