Campos de pluma

El feminismo radical está plantando las raíces de un machismo vergonzante, agrio, acosado y retorcido

El feminismo no terminará con los hombres, pero se va a llevar por delante a los caballeros. Esto es un examen de conciencia, aunque extrapolable a la sociedad, me temo.

Me explico. Los de la gala del cine protestaban por la escasa presencia de la mujer y daban exiguos tantos por cientos. Un caballero tendría que levantarse y decir: "Por supuesto, ellas primero"; pero yo, por un movimiento reflejo, pensaba en el irrisorio tanto por ciento de presencia en el cine español de la cosmovisión católica. ¿No es mucho mayor esa otra brecha proporcional? Cuando caí en la cuenta, estaba muy despreocupado, como un patán, por la suerte de las damas. Mal hecho.

Llovía sobre mojado. Viendo un vídeo de un rescate a un perro que había caído a un caudaloso canal y que sacaron con tremendo esfuerzo haciendo una empinada cadena humana por las paredes de hormigón del cauce, no me fijé en la solidaridad ni en la eficacia colaborativa. Observé, con un punto de cinismo lamentable, que todos los que se echaban al vértigo de aquella operación eran muchachos. Ellas animaban desde el borde. Estoy seguro de que daban instrucciones imprescindibles. Pero me fijé en lo otro.

Aún hay algo más inconfesable. Cuando el debate de las azafatas de la Fórmula 1, yo me he permitido reírme -no gastarlos, eso nunca, pero sí reírme- de esos chistes que recuerdan lo casualmente menos guapas que son las feministas radicales. Un caballero jamás lo habría hecho.

Se está produciendo, en resumen, una reacción, y yo, que presumo de conservador, no quiero ser reaccionario, porque conlleva una emulación inversa. Pasó con el marxismo, que ha llevado a muchos de sus supuestos contrincantes a enarbolar una visión economicista y materialista del mundo. O ante esa corriente que ve homosexuales por todas partes en la historia, en la literatura, en el arte, en el cine…, y que nos ha hecho perder mucha naturalidad en la amistad entre hombres. Ya nadie le pasa a un amigo el brazo por el hombro como antaño, fíjense.

Las insistencias del feminismo más radical pueden, por tanto, tener el efecto colateral de una hombría a la defensiva, esquinada, hosca. Nada caballeroso. Tal vez los hombres podríamos hacer por las mujeres (y por nosotros) un esfuerzo de indiferencia para que no nos afectasen a todos tanto los excesos de tan pocas y tan pocos. Ni el marxismo ha de abocarnos a una lucha de clases ni el feminismo a una de sexos.

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