paso de cebra

José Carlos / Rosales

Capital mundial de la poesía

QUE las referencias históricas de Granada hayan girado siempre alrededor de esa atmósfera literaria en la que nos desenvolvemos sus habitantes, es una aseveración a la que muy pocos se opondrían. Y en este caso no se trata de una leyenda urbana (más o menos cómoda) para atraer turistas rentables o prebendas lucrativas: es un hecho cierto que, desde hace más de quinientos años, la historia de nuestra ciudad ha estado llena de personalidades y acontecimientos literarios que, con mayor o menor reconocimiento, no sólo han teñido nuestros aires con sus valiosas contribuciones, sino que muchas veces han influido decisivamente en la historia de la poesía en lengua española.

Pero en Granada, como en otras ciudades históricas, conviven muchas atmósferas, algunas (sin duda) positivas (su trazado monumental, su naturaleza poderosa y variada…) y otras (también sin duda) negativas. Pues no hay nada culturalmente más pernicioso para una ciudad que enorgullecerse (hipócritamente) de un pasado al que en un principio sólo se respondió con el desdén, la envidia o la persecución. Supongo que no hará falta hablar de la cicatería con la que las instituciones granadinas suelen acoger a escritores o poetas. Y si a eso le añadimos la existencia de algunos falsos albaceas de ese pasado literario, más preocupados del éxito de sus embrollos que del normal desarrollo de la vida cívica o cultural, comprenderemos que cuando se hable del carácter literario de esta ciudad no sepamos bien de qué nos están hablando. Depende del que hable. Y depende de lo que busque aquel que habla.

Hace ya dos años que se presentó en la Unesco la petición de que Granada fuera distinguida con el título de Capital Mundial de la Poesía. Parece ser que el expediente se atascó en algún laberinto burocrático. No sé. Puede ser eso o puede ser que la Unesco tenga noticias de los caminos tortuosos que algunas de las instituciones municipales granadinas transitan para proteger sus patrimonios culturales o históricos: ahí está, por ejemplo, el barrio del Albaicín, declarado por la Unesco patrimonio de la Humanidad en 1984 y todavía hoy abandonado a su suerte. Granada es así: pensemos que somos la única ciudad del mundo que ha expulsado (por envidia, catetería o complejo de inferioridad) al Hay Festival (la próxima semana se inaugurará en Segovia su séptima edición); o pensemos en el lamentable estado del Camino (literario) del Avellano (¿conocerán en la casa de Emily Dickinson, en Massachusetts, la suciedad del lugar que acoge su poema?); o pensemos en los problemas de transporte para visitar los lugares lorquianos. Pensemos. O dejemos de pensar y limitémonos a aplaudir cuando haya que aplaudir.

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