Palabra en el tiempo

Alejandro V. García

Casa de citas

EL Partido Popular está tan convencido de su victoria electoral en las municipales, y de la conquista por fin del vellocino de oro de Sebastián Pérez -la Diputación Provincial- que ya está repartiendo turno a los pacientes enfermos de socialismo, esa patología diversa que está dispuesto a exterminar, dicho sea en sentido metafórico, con jarabe de palo y aceite de ricino. A los primeros que ha mandado a la cola ha sido a la familia Guerrero, o los Guerrero, como se les llama en los medios informativos no sin cierto ardor bélico. Las citas con el presidente virtual de la Diputación para junio de 2011 las está repartiendo el portavoz del partido en la propia institución, José Antonio Robles. Así que, queridos lectores, si se reconocen como damnificados del PSOE ya pueden llamar y solicitar una entrevista con el futuro presidente, no sea que se agote el talonario, aunque me temo que a la vista de la fogosidad de Sebastián Pérez ya debe haber una buena lista de espera. ¡A ver con quién se encuentran los Guerrero en el antedespacho cuando acudan (si es que acuden) a la reunión de junio de 2011!

Aunque la anticipación suele ser una virtud, en política es una temeridad. ¡Cuántas citas se han quedado sin cumplir por una variación electoral inesperada! ¡Cuántos puestos de trabajo comprometidos, cuántas regalías y sopas bobas estranguladas! Mejor repartir las citas con prudencia. Aunque el hecho mismo de convertir anticipadamente una institución en casa de citas es un pésimo indicio de las intenciones del pretendiente. Si el clientelismo del PSOE ha transformado muchas instituciones en hogares de arribistas -e incluso en fondas de pancistas- la táctica de la cita previa del PP para 2011 no huele precisamente a rosas.

Además, ¿qué propuesta puede hacer Sebastián Pérez a la familia Guerrero? ¿Cómo está dispuesto a solucionar la colisión entre los intereses públicos y los privados en relación al legado del pintor? Seamos francos: el PP no tiene ni puñetera idea. Juan García Montero, a lo más, ha llegado a ofrecer tres salas del auditorio Manuel de Falla para guardar los sesenta cuadros una vez que sean oficialmente desahuciados. Tres salas que funcionarían más con vocación de almacén que como centro de exposiciones.

La negociación sobre el legado de Guerrero, por cierto, está a punto de transformarse en materia metafísica. Y los sesenta cuadros en ontología, que no en antología. La oscuridad, la intriga y la reserva que cubren espesamente los tejemanejes entre las administraciones y los familiares del pintor son poco clarificadores. En el caso Guerrero hay poquísima luz y demasiados taquígrafos.

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