Así como una de las casas de la Pantoja se llamaba La Peray la de Lola, Lerele, la de Pablo e Irene goza de dimensión y precio suficiente para conocerse como La Casta. Una casa adquiere la categoría aristocrática cuando se ha ganado el derecho de uso a llamarse por su nombre. Walden sería un bonito nombre para ponerle a la cabaña de madera que hay dentro de la propiedad, un lugar para alojar a los amigos anticapis cuando se organicen en zafras para cortaros el césped. Allí podría dar a luz Irene, junto al pesebre, a la espera de que los titos Echenique, Espinar y Vestringe les lleven a los gemelos un ejemplar de El Capital, una VPO gratis por la cara y el estatuto fundacional de Alianza Popular. Pero ya en serio, el enriquecimiento personal no es un defecto ético ni la pobreza es una virtud, aunque en ello crean los monjes. Kichi no es mejor alcalde porque viva en la Viña, su crítica es un ejemplo de demagogia comparsista. Currante. Pablo es un demagogo, un cursi y un mentiroso, pero no hay nada extraño en la concesión de ese crédito de 540.000 euros. Como detalla en el registro del Congreso, una vez pagada la entrada, posee una casa en Ávila, un líquido de 100.000 euros en cuenta, dos empleos estables y un padre y una madre en posición de despegue que poseen seis propiedades inmobiliarias. Y él es hijo único. Puro. Pablo. Pero casta.

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