Catacuñ(b)a

Observo atónita la euforia nacionalista enloquecida y absolutamente excluyente que hoy reina en Cataluña

Se lee en varios lugares que el inventor de la bandera catalana independentista, la estelada, fue un señor llamado Vicenç Albert Ballester. Según dicen en la página de la Corporación de Medios Catalanes en una noticia de 2013, este señor, que era marinero, estaba en La Habana cuando se produjo la independencia de Cuba y se inspiró en la bandera cubana para crear la estelada.

Recuerdo estos supuestos orígenes cubanos mientras observo atónita (dichosos los que podemos dedicarnos a observar) la euforia nacionalista enloquecida y absolutamente excluyente que hoy reina (perdonen los independentistas el verbo) en Cataluña. Ese nacionalismo que parece culpar al bloqueo imperialista español de todos sus problemas y que divide a los ciudadanos en buenos y malos patriotas. Esa euforia que provoca que los que piensan diferente deban callarse, hablar bajito o largarse con sus ideas a otra parte. Y pienso en esos reyes medio clandestinos, instigadores de todo el procés. Me refiero, por supuesto, a esos individuos (e individuas) de esa organización nombrada CUP.

La CUP es una organización que irradia cup-banía. Sus propuestas así lo atestiguan. Y no olvidemos que en 2016 una delegación de la CUP acudió emocionada a homenajear al recién fallecido Fidel Castro en la Plaza de la Revolución. Y aunque ya sé que supuestamente esas siglas significan, dicen, Candidatura de Unidad Popular, no puedo dejar de advertir la coincidencia (¿solo coincidencia?) de que sean las mismas de eso que en Cuba se denomina CUP y que no es otra cosa que el Peso Cubano nacional. Ese peso que intenta diferenciarse del designado CUC (Cubano convertible). Porque, como sabe quien haya visitado y mirado la isla empleando algo más que fe, en Cuba existen dos monedas (es un decir): el CUC, el peso convertible en divisas (léase dólares, euros o similares) y el CUP, ese peso radicalmente antónimo u oxímoron del dinero. Porque el CUP no se convierte en nada. Lo cual no impide, sin embargo que el Estado de la isla lo utilice para pagar a los cubanos su salario. Pero quizás no es justo lo que digo: aunque con muchas dificultades, el CUP sí que consigue convertirse, eso sí, solo en objetos viejos, desvencijados, rotos, inservibles.

La estelada y la CUP, esos elementos casi cup-banos con los que hoy nos asombra Cataluña. Ojalá mañana no acabe convertida toda ella en algo oscuro y tenebroso, y tengamos que llamarla, acaso, Catacuñ(b)a.

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