Cuando Aznar gobernaba en modo chulazo se permitió el lujo de resumir su política energética apelando a la existencia de las dos Españas, la España húmeda y la España seca. Y, digno sucesor del que le designó, Rajoy ha aplicado idéntica lógica a propósito del indecente incremento del precio de la energía que está castigando a medio país en lo más crudo del crudo invierno.

Lo ha hecho a su modo, impertérrito, pero asegurando, como un chamán, que las lluvias llegarán y con ellas la calma a las subastas donde se especula con el precio del kilovatio-hora. A ello se ha encomendado, y de paso le ha echado la culpa del precio de la luz a Zapatero (quién si no), olvidando convenientemente que fue su Gobierno, en la anterior legislatura, el que modificó el modo en que las comercializadoras negocian el precio de ese valor tan intangible como imprescindible.

También ha aprovechado para dar algún dato a modo de media verdad para manipular la realidad y amoldarla a su discurso, como comparar el precio del kWh español con el de otros países, bastante similar en términos generales, pero no mencionar que este precio repercute en un bajo porcentaje en el precio final de la factura del consumidor en Francia, Holanda o Alemania, mientras que aquí afecta al 100% del total de la energía consumida. Pequeños detalles que no son lo que nos preocupa a los españoles.

Como tampoco nos debe preocupar demasiado ese juicio en el que se dilucida la financiación con dinero negro de su partido porque él "está en otras cosas", oiga. Aquí ya no nos extraña y ni siquiera es noticia de escándalo monumental que el presidente de un partido al que se juzga por financiarse ilegalmente, sostenga que la justicia debe funcionar libre e independientemente, y se muestre sorprendido, como si no supiera nada, cuando el periodista le recuerda que el abogado del partido pidió la nulidad del juicio. Total, si él solo es el presidente, qué va a saber.

Actitud como la suya ayudan a comprender que España esté situada en el ranking de países más corruptos del mundo entre Georgia y Somalia, mucho más abajo que los países circundantes. Pero ni la corrupción sistémica, ni los recortes, tanto en políticas sociales como en derechos y libertades, ni la desigualdad multiplicada durante su mandato; si por algo debería juzgar la historia el legado de Rajoy, debería ser por la regresión en el proceso hacia las energías alternativas que inició Zapatero, y que han hecho que perdamos para siempre el único tren en el que parecíamos partir con ventaja. Al chamán le pareció más conveniente contentar a las eléctricas. Y encomendarse al dios de la lluvia, Oh Manitú.

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