La esquina

José Aguilar / Jaguilar@grupojoly.com

Chaves aguanta

EN su chiste-editorial del jueves pasado, nuestros Miki&Duarte colocaban a un grupo de estudiantes andaluces con orejas de burro simbólicas de su nivel de instrucción y a la consejera del ramo, Cándida Martínez, rehuyendo al evaluador del Informe PISA que pretendía imponerle también a ella sus merecidas orejas y explicando: "No, a mí no, yo me presento al Congreso por Granada".

El chiste-editorial llamaba la atención sobre una práctica política tan enraizada como perversa. Consiste en no destituir jamás a nadie por más negativa que sea su gestión, mantenerle sobre todo si la oposición y la opinión publicada exigen su cese y, como mucho, aprovechar el final normal de su mandato para buscarle acomodo en otra instancia de poder. Se vende el cambio de destino como un ascenso, cuando en realidad es una patada -hacia arriba o hacia abajo, según los casos-, el gobernante no cede a las presiones y conserva su concepto de autoridad firme y desatenta a los caprichos opositores.

Zapatero, descontento con la labor de su anterior ministra de Educación, la echó nada más aprobarse la ley orgánica que justificaba su mandato. Chaves, igual de descontento con su consejera, no la ha echado cuando ha sacado adelante su propia ley, esa que va a arreglar todos los problemas educativos andaluces. Los talantes de ambos presidentes pueden parecer semejantes, pero Chaves actúa de manera más conservadora en relación con sus consejeros. O quizás más insegura, como temiendo reconocer que se ha equivocado.

Porque esto no es nuevo, ni mucho menos. Salvo necesidades electorales como las que condujeron a Paulino Plata al matadero de Marbella, sólo recuerdo un caso en que Chaves se desprendió de un consejero: el de Agricultura, Leocadio Marín, pero fue por un conflicto de fuerza mayor como la crisis entre guerrismo y felipismo. En todos los demás ha aguantado hasta el final de las legislaturas para hacer sustituciones. Sólo entonces se desprendió, por ejemplo, de Magdalena Álvarez y Carmen Calvo, titulares en su día de Hacienda y Cultura, que lo metieron en unos cuantos líos, aunque por azares de la vida política acabaron convertidas en ministras. Consejero ha habido, incluso, condenado por el propio PSOE y con un amplio dossier en su contra en la mesa del presidente de la Junta, que no sólo terminó la legislatura, sino que recibió otra consejería en la siguiente. El caso es moverse lo menos posible.

A veces se ha definido al presidente de la Junta como el hombre tranquilo. Más bien sería el hombre imperturbable, inasequible a los requerimientos de la evidencia que indica que en ocasiones se equivoca y que unos consejeros lo hacen bien y otros lo hacen mal.

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