OCHO días tan sólo ha tardado el rey Juan Carlos en hacer uso de la flamante webde su Casa como instrumento de comunicación con los ciudadanos más cercano, directo e inmediato que los tradicionales, y gastados, mensajes navideños. Instrumento cuya puesta en marcha es deudora del perdón solicitado tras el incidente de la cacería de elefantes y del deterioro causado a la Monarquía por la imputación de Iñaki Urdangarín.

La cibercarta del jefe del Estado responde a la situación de auténtica emergencia nacional que atraviesa España en un "momento decisivo para asegurar o arruinar el bienestar que tanto nos ha costado alcanzar", y propone dos recetas antiguas, pero no por ello obsoletas o pasadas de rosca: la unidad y los valores de la transición democrática. Sobre la unidad, el mensaje ha sido explícito: "Lo peor que podemos hacer es dividir fuerzas, alentar disensiones, perseguir quimeras o ahondar heridas (...) No son estos tiempos buenos para escudriñar en las esencias ni para debatir si son galgos o podencos quienes amenazan nuestro modelo de convivencia".

Con respecto a los valores de la transición, su rescate se revela muy importante en la medida en que sobre ellos se construyó la etapa más pacífica, próspera y brillante de nuestra historia contemporánea y en que ahora son cuestionados con notorias injusticia y frivolidad. Ahí están, entre otros, el esfuerzo, la generosidad, el diálogo, el imperativo ético, el sacrificio de los intereses particulares en favor del interés general y la renuncia a la verdad en exclusiva.

Si acaso, echo de menos en la misiva regia un valor sin el cual no se entiende la transición: la pluralidad. La transición se hizo precisamente para eso, para garantizar la libertad de los españoles secuestrada por cuarenta años de dictadura y para cobijar al amparo de la ley todas las expresiones pacíficas del pluralismo realmente existente. Y se hizo con la fórmula de un Estado de las autonomías que acoge a todas las sensibilidades ideológicas y las singularidades territoriales. Estoy de acuerdo, esta vez, con el portavoz del nacionalismo catalán en el Congreso, Duran Lleida, que ha considerado una lástima que el Rey "no reconozca la diversidad para que todo el mundo se sienta respetado y tratado justamente".

Distinto es el caso de su colega el portavoz de la Generalitat, Francesc Homs, que ha dicho no sentirse aludido por las advertencias de Juan Carlos I contra las quimeras y las disensiones porque desde Cataluña, afirmó, lo que se aportan son un montón de propuestas y soluciones. No se habrá sentido aludido, pero ha sido el primero en replicar al monarca. Quizás porque, en realidad, ve normal que el Rey se refiera al pregonado Estado catalán como quimera y disensión.

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