Señales de humo

José Ignacio Lapido

Cincel o martillo

Aveces se echa de menos aquel furor iconoclasta que se desató en el año de gracia de 730 cuando Leon III, El Isaurio, ordenó destruir todas las pinturas y esculturas. Sobre todo en una ciudad tan bizantina como Granada, en la que practicamos sin rubor la iconodulia, o sea, el culto a las imágenes.

Por eso no me sorprendió leer el domingo en este periódico que "el Colegio de Abogados pretende erigir una escultura en homenaje a la Justicia". Previsible. Un gremio quiere que el objeto último de su trabajo (la Justicia) sea ensalzado, en mármol, bronce o alabastro, quién sabe. Desde que conocí la noticia, mi mente, tan fantasiosa como malintencionada, no ha dejado de especular: ¿será otra figura femenina con venda en los ojos y balanza bien equilibrada o tal vez un hiperbólico volumen del Aranzadi a modo de tocho cubista? ¿Una alegoría de un pasante escuálido al estilo de Giacometti o un orondo magistrado dictando sentencia a la manera de Botero?

Por lo visto el proyecto ya está presentado y tiene autor. Habrá que estudiarlo, pero sería bueno recordar que la Plaza de Santa Ana, lugar elegido para el monumento, aparece en los planos antiguos de la ciudad jalonada por una hilera de cadalsos. Se ve que estando en esa plaza la Real Chancillería les era más cómodo ajusticiar allí mismo a los condenados. Una fila de patíbulos que se alargara hasta el río Darro sería lo más parecido a eso que ahora en el lenguaje artístico se denomina "instalación". Sirva como idea.

Lo que si me produjo cierto estupor fue leer, al hilo de lo anterior, que el Ayuntamiento prevé colocar otros dos conjuntos escultóricos más, uno dedicado al Flamenco y otro al Viajero. Imaginemos por un momento que alguien creyese que todos los gremios, actividades de ocio y géneros musicales fueran merecedores de su representación en piedra. Al final todos y cada uno de los ciudadanos reclamarían su efigie tallada y expuesta en sitio público. Horizonte borgesiano que al paso que vamos no estamos muy lejos de poder contemplar.

Es evidente que los periodos en que el PP ha gobernado la ciudad han sido épocas de bonanza para los escultores. Ahí están para atestiguarlo la estatua móvil de Fray Leopoldo, el nunca bien ponderado grupo de la burra y el aguador de la Plaza de la Romanilla o la Fuente de las Granadas (¿o eran sandías?). Piezas, todas ellas, para las que la Historia del Arte sabrá encontrar un hueco. Sin duda.

Mientras se hacen realidad estos nuevos proyectos conformémonos con admirar las manos alzadas y las alas desplegadas que en honor de José Antonio Primo de Rivera aún siguen en la Plaza de Bibataubín. Eso sí que es memoria histórica.

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