Ahora que Pedro Sánchez acaba de darse un baño de masas mentirosas, que se clavaban puñales hace tan sólo unas semanas, me parece buen momento, no para repensar un modelo de Estado al gusto de Puigdemont, sino para repensar el modelo de democracia al gusto de los ciudadanos.

Y es que cada día somos más los que pensamos que el actual modelo de partidos políticos está obsoleto, y que su distancia con la ciudadanía les hace inoperantes para el servicio público, porque para quienes viven de la política, su principal objetivo, desgraciadamente para nosotros, es seguir viviendo de la política.

Es de justicia reconocer que la indignación generalizada a causa de la corrupción y de los recortes por la crisis han conseguido que algunos de los instalados en el poder le hayan visto las orejas al lobo y hayan modificado parcialmente su concreta forma de hacer política. Pero no es suficiente... se trata de individuos aislados, que normalmente terminarán aplastados por un aparato con cara de angelito y corazón de implacable hierro.

La democracia moderna se sustenta en la existencia de organizaciones súper estructuradas de mil maneras diferentes en las que la última palabra la tienen siempre los que controlan el poder, a los que los demás se someten si no quieren ver peligrar sus cómodos sillones. Y les da igual votar en contra de los intereses de su provincia o de su ciudad si es que así lo decide el jefe, porque lo importante es permanecer en el puesto para las siguientes elecciones a costa de lo que sea.

Por el contrario, a los ciudadanos de a pie que ni vivimos de la política ni pretendemos hacerlo, sí que nos importan de manera desinteresada las cuestiones de nuestras ciudades, provincias, regiones y de España como país -y, por cierto, no precisamente plurinacional, vamos a votarlo en referéndum a ver qué sale Pedro-.

Y el tránsito de una partitocracia a una civitocracia en la que ciudadanos con vocación de servicio público ejerzan temporalmente el poder político, para gestionar la cosa pública sin afán de lucro personal ni de permanencia, cobrando lo mismo que en sus puestos de trabajo, quizás sea el modelo que nos deparará el futuro democrático no muy a largo plazo. Porque los ciudadanos lo que quieren es trabajo, ferrocarriles, hospitales, ciudades eficientes, impuestos, cuanto menos, justos…

El desencanto sobre el actual sistema de partidos es evidente, y es el motivo por el que muchos deciden optar por extremismos en los que ponen todas sus esperanzas de cambio. Pero la solución no es esa, la solución está en la gestión eficaz de la cosa pública para procurar unos mejores servicios públicos y una mejor calidad de vida a la ciudadanía y eso sólo se puede conseguir aplicando políticas exclusivamente por y para los ciudadanos y no por y para beneficio propio ¿Y quién mejor para hacerlo que los propios ciudadanos?

Si bien se puede disentir en temas especialmente sensibles, de manera genérica en los albores del siglo XXI los debates ideológicos, si no están muertos, están agonizantes, y no es de recibo que los profesionales de la política nos vendan atractivos reclamos ideológicos para conservar sus sillones, cuando la realidad es que sus mensajes son parte de un recipiente vacío de contenido para los ciudadanos que ven pasar sus vidas sin que nadie solucione los asuntos que verdaderamente les afectan en el día a día. Pero no olviden, en un hipotético tránsito de la partitocracia a la civitocracia, los mayores enemigos serán los propios políticos…

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