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Coalición o penaVa de alcaldesCalderilla

DESPUÉS de que Diego Valderas renunciase a ser candidato por la provincia de Sevilla, Izquierda Unida logró pasar el trance de su asamblea regional, celebrada en Matalascañas, entre aplausos recíprocos y apelaciones a la unidad. Que no se engañen: lo único que han hecho ha sido firmar una tregua hasta las elecciones de marzo. Luego volverán las espadas.

Objetivamente, la asamblea de IU de Andalucía ha tomado dos decisiones perjudiciales para su futuro. Una, poner en grave peligro el escaño que necesita su máximo dirigente, Diego Valderas, coordinador general, para tener voz en el Parlamento andaluz (¡qué menos!). Valderas ya quiso ser diputado por su provincia en 2000 y 2004, y los onubenses le volvieron la espalda en las dos ocasiones. Mandarle otra vez allí es tenerle en poca estima, porque las expectativas electorales de ahora son inferiores a las de entonces. Lo presentan como una renuncia personal, pero no es más que la consecuencia de las intrigas internas. Una patada en toda regla.

Dos, dejar como número uno de la lista por Sevilla a Juan Manuel Sánchez Gordillo, alcalde de Marinaleda. He aquí otra nominación producto de la singular correlación de fuerzas en el seno de la coalición, donde el Colectivo Unitario de Trabajadores (CUT) del alcalde se ha aliado con los llamados críticos para desplazar al PCA. Con un resultado nefasto para la proyección social y electoral de IU. ¿Por qué digo esto? Porque Sánchez Gordillo representa lo más antiguo y periclitado de esta formación política. Es un anticapitalista primario que no para de hablar de las masas populares mientras las masas populares van por otro lado, un defensor de la autodeterminación de Andalucía que rechaza el Estatuto de Autonomía a cuyo amparo pretende ser diputado. Esperen a ver lo que dice cuando los periodistas le pregunten por el País Vasco. Para abrir boca ya proclamó en Matalascañas que "hay que conquistar la tercera república frente a la monarquía borbónico-franquista". Ahí queda eso.

Ahora mismo, y tras esta asamblea, Izquierda Unida no es una coalición, es una pena. Pena de lo que pudo haber sido y no fue. Y no fue, además, por el desnorte de sus líderes y su insufrible endogamia. La asamblea de Matalascañas ha sido solamente una tregua entre guerras. Lo malo es que las guerras de Izquierda Unida, desde hace tiempo, son contra sí misma.

(Una de autopropaganda: desde hoy pueden ustedes acceder a una ración mayor de La esquina. Se trata de La esquina digital, que se encuentra en Internet, en http://blogs.grupojoly.com/jose-aguilar/. Quiere ser un lugar de encuentro para las ideas. Por tanto, no sólo escribiré yo, sino cualquier lector que lo desee. En ella nos diremos todos lo que pensamos).

AEsperanza Aguirre no le gusta la idea de que Alberto Ruiz Gallardón sea diputado, no es ningún secreto. Lo ha admitido abiertamente, porque Aguirre no pertenece al género de los que callan, tiene el valor suficiente como para decir en cada momento lo que piensa, aunque sepa que provoca polémica o que cae regular en la sede central de su partido.

La presidenta madrileña acaba de dar un paso más a través de Ignacio González, su brazo derecho, que ha declarado que los estatutos del partido impiden que el alcalde de Madrid sea diputado. A González se le ha olvidado decir que cabe la excepción a los estatutos si así lo decide la Ejecutiva del partido, y se le ha olvidado decir que de hecho varios diputados han simultaneado su cargo con el de diputado -en su momento Celia Villalobos, Teófila Martínez, José Luis Bermejo...- y que ahora mismo José Folgado y Ángeles Muñoz ocupan escaño en el Congreso de los Diputados al mismo tiempo que ejercen como alcaldes de Marbella y la ciudad madrleña de Tres Cantos, alcaldías que ganaron sobradamente en las últimas elecciones municipales.

Pero se le escapa un dato más a González: nadie sabe a estas alturas si Ruiz Gallardón estará en la lista madrileña al Congreso que encabezará Mariano Rajoy, es una decisión que tomará el presidente del partido tras escuchar la propuesta de la dirección madrileña del PP y escuchar a los miembros de la ejecutiva nacional; pero se puede afirmar que sin ninguna duda algunos de los más importantes alcaldes del PP estarán en las próximas listas al Congreso.

Porque Mariano Rajoy sabe que algunos de esos alcaldes arrancan votos que son vitales para el triunfo, y va a aprovechar su tirón electoral. Sería un irresponsable si no lo hiciera, su objetivo es ganar las elecciones y pretende que las listas sean lo más atractivas posibles. Listas que, en su último tramo, tendrán que recibir el visto bueno de Rajoy, Acebes y Javier Arenas, que es el responsable del comité de listas del PP.

Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz Gallardón desenterraron el hacha de guerra hace tres años cuando Gallardón pretendió hacer una ejecutiva regional a su medida y quiso imponer primero un presidente del PP en lugar de Aguirre y, cuando vio que no podía, pretendió designar al secretario general. Lo que tampoco consiguió. Las batallas entre los dos dirigentes siempre las ganó Aguirre, que mide mejor los tiempos y que ha sabido potenciar su figura en el ámbito regional, donde arrasa.

El problema es que en esa batalla el Partido Socialista encuentra terreno abonado para denunciar las discrepancias internas en el Partido Popular. Que son mínimas, pero que al menos en Madrid existen. Como bien sabe Mariano Rajoy.

COMO soy disciplinado, he hecho caso a Pedro Solbes y he consagrado parte del fin de semana a "interiorizar" qué es el euro. Bueno, como no quiero engañar a nadie, he de añadir que me he aplicado a semejante tarea pensando también en los beneficios que podría extraer sobre los gastos de Navidad. Ya les contaré. El ministro de Economía, como nadie ignora, ha dicho que una de las razones del incremento de la inflación, que en los últimos doce meses ha superado el 4 por ciento, ha sido que los españoles no hemos "interiorizado" el euro. Solbes, como el maestro de escuela machadiano, ha remachado, como si fuera un estribillo, que "veinte céntimos son 32 pesetas y un euro 166". Exacto. La lección del ministro ha levantado mucha hilaridad. ¿Cómo un asunto tan serio puede provocar risa? El error de Solbes es que ha concentrado su teoría sobre un único caso: las propinas exageradas que los españoles dejamos en los bares y restaurantes.

El ejemplo es y no es bueno. Sí que lo hemos interiorizado. Es verdad que quizá algunos son demasiado generosos y desprecian alegremente las perras junto a la taza vacía del café, pero no creo que la suma total de gratificaciones semanales represente una amenaza para las economías doméstica y nacional. ¿Qué propina hay que dejar después de tomar un café? Si interiozamos mucho el euro, es decir, si nos dejamos llevar por una avaricia estricta, no habría que dejar un céntimo, pero si nos gana la esplendidez de la calderilla, ¿cuánto? ¿Cinco, diez, veinte céntimos? ¿No es más desgarrador el precio que alcanza un café que los céntimos de la propina?

Quizá lo que Solbes ha querido decir es que quienes fijan los precios -los productores, los mayoristas, los minoristas, el petróleo, el Gobierno, etcétera- han desorientado el valor del euro y nos han desorientado a nosotros. Sin ser una fórmula exacta, la propina se calcula sobre el precio del artículo. Y los artículos son los que han reventado y devaluado el euro. Basta convertir en pesetas el precio de una barra de pan, y mirar cinco años hacia atrás, para comprobar cómo la "interiorización expansiva" del euro ha reducido nuestra poder adquisitivo. La "interiorización regresiva", es decir, el ahorro en propinas, tiene poca capacidad para equilibrar el desfase, incluso si suprimiéramos las propinas.

(Hace cinco años entrevisté a un mendigo que presumía de leer los periódicos económicos. Le pregunté por la influencia de la implantación del euro en la economía de los pobres que, como él, pedían en las iglesias. Me dijo que buena, no por la escasa interiorización de la moneda sino la impericia de los feligreses).

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