Paso de cebra

José Carlos Rosales

Coincidencias inoportunas

HACE tiempo que el Paseo del Violón presenta un estado lamentable. Las lluvias, además, han empeorado notablemente aquel lugar simbólico: charcos, lodos y pozas de variado tamaño lo han convertido en un paraje sombrío y abandonado, donde a la nula iluminación se une cada día el bajísimo esmero con el que los responsables municipales tratan de cuidar ese entorno; un entorno en el que, junto a otros elementos significativos, existe un monumento a la Constitución. Sólo por eso, al menos, se debería poner remedio a tanto desastre: allí lo único que funciona es un rutilante aparcamiento subterráneo, cuya empresa ha desatendido airadamente algunos de sus compromisos con el municipio: arreglar el paseo, devolverlo a su estado anterior.

Ya sé que debajo de todo este embrollo existe un litigio entre la empresa contratante y el Ayuntamiento de Granada. Ya sé que el Ayuntamiento hizo valer pomposamente su autoridad: amenazas de cierre, amenazas de embargo, amenazas de pleito interminable. Pero todo sigue igual. O peor: ahora se han quedado a la intemperie los restos de la lonja que hacía de aquel lugar un lugar entrañable. Y no sólo eso: los restos del muro del siglo XV que la empresa debía proteger adecuadamente tampoco están recibiendo los cuidados necesarios. Y el tiempo pasa. Y la lluvia cae. Y los charcos aumentan. Y la humedad pudrirá las piedras y maderas de un espacio que, dejado a su suerte, hiere, con la dejadez municipal, la sensibilidad de cualquiera que pase por allí.

Esta ciudad tan rara nunca se ha llevado bien con sus restos arqueológicos, con su patrimonio urbanístico, con sus espacios históricos. Por ejemplo, en la avenida de la Constitución se han quedado tristemente arrumbados en unas cajas de madera (dos años llevan así) los restos arqueológicos de una vieja plaza de toros, aparecidos inesperadamente durante las excavaciones realizadas antes de construir en esa zona otro aparcamiento, también rutilante y también subterráneo.

En Granada parece que todo se queda a la intemperie, todo languidece guardado en cajas, nada es como se había acordado. Y la casualidad (muchas veces más sabia que los seres humanos) ha hecho que dos de los olvidos municipales más aparatosos tengan que ver (urbanísticamente) con la memoria constitucional. Qué casualidad: el monumento a la Constitución del paseo del Violón malvive rodeado de charcos; y en la avenida de la Constitución se han olvidado de restituir unos restos que, al margen de su escaso valor patrimonial, merecerían algo mejor que esa continuada desidia burocrática. Tal vez ambos abandonos sean algo más que una desafortunada coincidencia. Tal vez sean un síntoma.

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