DURANTE años, y aún habrá desalmados que lo sigan haciendo, nos fueron vendiendo a los tiernos escolares españoles que Colón, además de un venturoso navegante que descubrió un continente, era, sobre todo, un ilustrado sabio que antes había descubierto que la tierra era redonda y que el osado marinero, no sólo había luchado para llegar al nuevo mundo con mareas traicioneras y vientos en su contra sino, más dura aún la batalla, contra la oscura y terca ignorancia medieval empeñada en mantener que la tierra no sólo era plana, sino que se acababa, un poco a lo bestia aunque sin entrar en detalles, algo más allá del horizonte.

Su lucha por la luz, aliada en este caso con la única y verdadera fe, permitió al fin descubrir esa nueva tierra con tantas almas que salvar y que tantas cosas nos trajo. Unas buenas como Borges, el jazz o la habanera y otras malas, casi perversas, como Justin Bieber o Annah Montana.

Por supuesto que los preclaros educadores que ilustraban nuestra infancia no se preocupaban por saber (y el que lo sabía, callaba, no fuera a ser…) que un libio que se llamaba Eratóstenes y que nació mil ochocientos años antes que Colón, había calculado con asombroso tino, hasta lo que media la esfera de la tierra, pero es que la otra versión, la verdadera de la historia de Colón, se les resistía como gato panza arriba, porque ¿cómo explicarle a los vástagos de aquella España imperial que Colón, precisamente, dio con América, por llevarle la contraria a Eratóstones y defender que la tierra era más chica que lo que el buen libio había dicho mil ochocientos años antes. O sea que Colón acertó equivocándose, aunque le saliera bien la cosa y hay quien dirá que lo mismo da si al final te plantas en América, pero la verdad es que no es lo mismo llegar a un sitio porque sabías dónde ibas que porque ibas a otro y es que descubrir a estas alturas, que la forma de encontrar el camino pueda ser meter la pata, me parece un hallazgo feliz.

Parece, en todo caso, que esta denostada vía al éxito ha sido sagazmente descubierta y hábilmente utilizada por IU y el PSOE y, entre los dos, esperan llegar al éxito intentado meter la pata lo más posible porque si no, ya me dirán si hay manera de explicar el espectáculo que estos dos simpáticos partidos nos han regalado estos días a los huérfanos de la izquierda de este país en general y de Andalucía en particular, que para qué nos vamos a preocupar de nada teniéndolos a ellos.

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