Las imágenes de la manifestación independentista de Bruselas son importantes, pero por muy justificada que sea la euforia de Puigdemont, el partido no se juega en Bruselas, sino en Cataluña. Y ahí, la cosa se hace ya más complicada.

Puigdemont sube en las encuestas, pero a costa de ERC, así que el voto independentista sigue estancado porque la CUP baja significativamente. Los comunes se confirman como elemento clave para inclinar la balanza, aunque descienden en la intención de voto. Un toque de atención a Colau e Iglesias, que no atraviesan su mejor momento. Con todo este lío, un nombre que está en boca de todos: Borgen.

La interesante serie danesa emitida hace un par de años, que pocos han visto aunque todos presumen ahora de seguidores irredentos, tuvo tanta influencia en la sociedad danesa que se la hace responsable de que los daneses eligieran por primera vez a una mujer como jefa de Gobierno. Borgen es el nombre del edificio que alberga las instituciones del poder en Dinamarca.

En la serie, una mujer se convierte en primera ministra ante la imposibilidad de acuerdo entre los dos partidos ganadores. Ese es el sueño de Iceta, aunque en campaña está obligado a decir que va a ganar, y era el sueño de Arrimadas hasta que el CIS le ha dado tantos ánimos que no quiere ser identificada con la danesa que, perdiendo, alcanzó la Jefatura de Gobierno. Es también el sueño de En Comú-Podemos.

Los catalanes independentistas y nacionalistas se sienten humillados ante el hecho de que el Gobierno español haya tomado las decisiones que afectan al presente y futuro de Cataluña y han aceptado el 155 porque les ha venido impuesto. Les incomoda especialmente que las elecciones no hayan sido convocadas por su presidente, que es quien tiene esa atribución, y temen que se repita la situación si no hay acuerdo de investidura tras el 21 de diciembre.

Con ese ánimo se empieza a barajar la idea de un pacto entre los independentistas para elegir presidente a Domenech solo y exclusivamente para, una vez investido, dejar que transcurra el tiempo mínimo que marca el Estatut y convocar nuevas elecciones, que serán las buenas, las convocadas por un presidente de la Generalitat.

¿Es una solución? Puede. Pero primero tendrán que salir los números y, segundo, fiarse mucho de Domenech, no vaya a ser que, una vez elegido, tenga tentaciones de gobernar y tomar decisiones relevantes.

Esta historia, y muchas otras que circulan por Cataluña, demuestran hasta qué punto es todo muy complicado y por qué es imposible hacer pronósticos de futuro.

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