Mirada alrededor

Juan José Ruiz Molinero

jjruizmolinero@gmail.com

Constitución a la carta

Con grupos que se atribuyen cada uno la voz del pueblo es muy difícil acometer la reforma de la Carta Magna

Las Constituciones, las leyes en general, son papel mojado si no las acatan todos y se cumplen sus preceptos. Son solo marcos de referencias útiles para vivir en sociedad. En estos días casi todos claman por reformar la Carta Magna que nos dimos, por amplio consenso, los españoles hace 38 años, abriendo las puertas de los derechos -y deberes- que habían permanecido cerradas durante 40 años de dictadura. Las generaciones que votamos mayoritariamente el documento, producto de un consenso entre fuerzas políticas de diverso signo -en muchos casos, antagónicas-, reconocimos el esfuerzo que hicieron los constituyentes de pactar un documento, no sólo útil para un momento, sino que tendría validez -si se respeta la norma- muchas décadas después. El que no se cumplan, por ejemplo, los derechos de igualdad, al trabajo digno, a la vivienda y otros múltiples derechos sociales reconocidos e inalienables, no significa que esté caducada, sino que los caducados son los que se la han saltado a la torera.

En Cataluña fue donde se votó más positivamente el documento que, hoy, los grupos independentistas tradicionales y los que recientemente se han incorporado, afirman que no les representan y vetarán cualquier cosa que no facilite su propia Constitución y la proclamación de 'su' República, ostentando groseramente la representación de todo un pueblo rico y plural como es el catalán. En ese empeño están, también, algunos grupos nuevos que siguen la misma cantinela de ser los únicos representantes del pueblo, obviando que ese pueblo, del que viven, es igualmente diverso y, por lo tanto, no va a contentarse con que cada grupo, por su lado, quiera imponer sus criterios. Y, además, utilizando un concepto tan propicio de manipulación como es la democracia y "el derecho a decidir". En asuntos tan serios, un referéndum ganado por un puñado de votos dejaría sin voz a la otra mitad y sería sometido a una 'dictadura democrática' -popular la llaman algunos regímenes- que, a veces, es más peligrosa que la dictadura a secas, porque se le da un viso de legitimidad del que carece. A Europa y a América está llegando el secuestro del preciado tesoro de la democracia, a través de preocupantes designios populistas de diverso cuño.

Reformar es sano, pero, en este caso, siempre que se haga por amplio consenso y no se impongan unos sobre otros. Creo que, visto el talante de enfrentamiento y falta de generosidad existente entre los grupos políticos españoles y sus líderes sería difícil llegar a un acuerdo que contente a todos, para no hacer cada uno una Constitución a la carta de sus intereses y sus ideas, que ha sido el fracaso de nuestra historia constitucional. Es decir, de nuestra historia de convivencia.

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