Palabra en el tiempo

Alejandro V. García

Cuarterto para perforadoras

NO sé si son imaginaciones mías, pero tengo la impresión de que nunca las incomodidades de una ciudad patas arriba se han soportado con tanta resignación e incluso cariño como ahora. Hemos sentido tan cerca el aliento mortal de la crisis (y en concreto del desempleo) que contemplar desde la ventanilla del coche una calle invadida por apisonadoras. perforadoras, rodillos, excavadores, dúmper y martillos neumáticos nos produce un insólito sentimiento de satisfacción, un cosquilleo que de un modo misterioso sosiega la mala conciencia y, lo que es más raro, sofoca cualquier síntoma de irritación. ¡Qué alegría para la vista ver cómo se mueven entre las zanjas esos bizarros obreros, vestidos con su camiseta de tirantes de reglamento y sus greñas protocolarias! El ruido de las perforadoras -insoportable en circunstancias económicas más amables-, si no a música celestial sí que nos recuerda a ciertos partituras de Stockahusen, autor de un célebre cuarteto para helicópteros.

Yo hago todos los días la prueba. Llego al primer gran atasco del Plan E, subo la ventanilla y ¿qué escucho? ¡Nada, absolutamente nada, ni una mecagoenlaputaqueparió, ni un grito destemplado, ni el típico toque sostenido de claxón que que quiere llevarse por delante al despistado de primera fila! ¡Cuánta educación! ¡Y cuánta solidaridad!

Eso sí, de la ciudad han desaparecido, aprovechando el desorden, los guardias de tráfico. ¿Por dónde caminan los más de 500 policías que forman la plantilla municipal? Yo sólo veo obreros, capataces, máquinas, pero guadias pocos. A veces pasan en raudos coches zetas camino de no sé que lugar. El sabado, en Plaza Nueva, coincidieron no sé cuántos cortejos de bodas. ¡Nada, ni un policía! Hasta que, tachín, un motorista empezó a discutir con un taxista, alguien dio la alarma y en un minuto se presentaron coches y más coches de policía, con las sirenas puestas. Tras ejecutar un pintoresco ballet de frenadas aparatosas, como las que salen en las películas, y queder detenidos en los lugares más insospechados, los guardias pusieron paz y se largaron.

Ahora bien, en los lugares más conflictivos han sido sustituidos por esa rara variedad de obreros señalizadores que, amardos con una pala reversible con las palabras "stop" y "pase", se encargan de poner cierto orden en el caos, aunque en las horas más tórridas, aturcidos por el calor, se ponen a abanicarse con los indicadores. Pero todo se perdona. Hay paro y es verano.

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