Mar adentro

Milena Rodríguez / Gutiérrez

Cuba en Obama

NO se sabe si para el gobierno de los Castro es una buena noticia el reciente triunfo de Barack Obama. Siendo suspicaces (no se necesita serlo demasiado) podríamos creer que le entusiasma poco. Y es que, aunque hubo elogios del Columnista en Jefe dedicados al aún candidato, lo cierto es que el Obama elegido presidente ha ocupado espacios escasamente relevantes en los medios de la isla. Ni el resultado de las elecciones ni el discurso del ganador fueron transmitidos por la televisión cubana.

Los cubanos de a pie, sin embargo, son otra cosa. Tienen esperanza, ilusión, optimismo. Confían en que Obama levantará el embargo y, sobre todo, en que ante un presidente norteamericano aperturista, progresista, negro, izquierdoso, el gobierno de Cuba tendrá muchas menos excusas para mantener su bloqueo particular al pueblo de Cuba. Obama es, para ellos, al margen de las ambigüedades del gobierno cubano, una excelente noticia, una especie de tabla salvadora a la que agarrarse.

Pero, además de a cultivar la esperanza, el optimismo, los cubanos de a pie se dedican a fantasear, a fabular, a elaborar historias surrealistas. Todas, ocupaciones favoritas de un pueblo con dotes para estas faenas, y que, tantos años de no poder actuar han acabado convirtiendo en ocupaciones únicas y a menudo delirantes.

Una de las historias más sorprendentes inventadas últimamente por los nacidos en aquella isla es esa según la cual Obama sería, en realidad, hijo de un negro cubano. Dice esta fábula, que circula infatigable por correos electrónicos y sitios web, que la madre del nuevo presidente norteamericano estuvo varias veces en Cuba, participando en trabajos voluntarios. En una de sus estancias, la madre blanca norteamericana de Obama tuvo relaciones con Cundo, un negro cubano de Sagua, pueblito del centro de la isla. Embarazada de dos meses, se casó después con el supuesto padre de Obama. Por lo que, se concluye, el recién electo presidente de Estados Unidos es, en verdad, descendiente no de negros kenyanos, sino de negros cubanos.

"Obesidad mental", podría acaso diagnosticarse esta enfermedad cubana. Una enfermedad típica de gente paralizada en sus actos cuya fantasía se ensanchara, creciera desmesuradamente, en la misma medida en que crece el obligado sedentarismo de sus vidas. Como un niño que tuviera prohibido comer pasteles y soñara que el pastelero mayor del reino fuera su abuelo. Ya que no pueden actuar, los cubanos se cuentan cuentos. Y ya que no los dejan gobernarse a sí mismos, sueñan que gobiernan el país más poderoso del planeta.

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