QUOSQUE TANDEM

Luis Chacón

Cuestión de ideoneidad

SE cuenta que a mediados de los años treinta pidieron a Churchill que diferenciara el cielo del infierno. El viejo león, con esa ironía que le consagró en los Comunes, contestó que "en el cielo, los cocineros son franceses, los policías ingleses, los mecánicos alemanes, los amantes italianos y los banqueros suizos y en el infierno, los cocineros son ingleses, los policías alemanes, los mecánicos franceses, los amantes suizos y los banqueros italianos".

Lo que diferencia una buena gestión de otra pésima es la idoneidad de los gestores. Cualquier organización es eficiente si confía cada trabajo a quien mejor sabe llevarlo a cabo. Parte de nuestra situación actual se debe a que hay administraciones públicas que adolecen de falta de idoneidad para ejecutar lo que les encomienda la ley o lo que han asumido por decisión propia. Como las competencias de cada una no están claramente definidas, convive la desatención de unos servicios con el exceso de oferta de otros y además, no siempre los gestiona la administración más capaz, sea porque carece de los recursos económicos o personales necesarios o por razón de desconocimiento, ineptitud, lejanía, etc.

La situación presupuestaria de todas las administraciones demuestra que España adolece de un ineficaz o inexistente reparto competencial, lo que genera un creciente despilfarro público que no se va a poder taponar con subidas de impuestos.

La actual crisis es considerada por muchos estudiosos como sistémica porque las estructuras económicas y sociales que conocemos no van a salir indemnes de la misma. El fin de una recesión lo marca la recuperación o, en el peor de los casos, la consolidación de la pobreza. Que el día después sea o no desolador dependerá de las decisiones que tomemos hoy. Podemos volver a la España de los cincuenta o encaminarnos, de una vez, hacia la modernidad que representa, con todos sus defectos, la Unión Europea.

Dejar las cosas como están supone elegir una economía escasamente productiva, con mercados poco competitivos y dependiente en exceso del Estado. Así, tras la crisis volveríamos a la vieja España del monopolio, las redes clientelares y los caciques desperdiciando medio siglo de esfuerzo y progreso. Pero podemos reformar el estado ajustando su tamaño a nuestras necesidades, reduciendo municipios, eliminando empresas públicas y trabas administrativas, definiendo meridianamente cada competencia y delegándola en la administración más idónea y unir la responsabilidad de la recaudación a la buena imagen del gasto. No hacer nada es la forma más segura de equivocarse. No cabe duda de que estamos atravesando un infierno pero la única forma de salir de él - Churchill dixit - es seguir andando.

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