LA imagen de Rajoy y Camps haciendo alarde triunfal, entre banderas victoriosas en la plaza de toros de Valencia, es vivo y puro ejemplo de las debilidades del sistema democrático que han provocado la reacción masiva de los "indignados" en la mayoría de las ciudades españolas. La imagen por sí misma ya sería suficiente justificación para manifestaciones y acampadas de muchedumbres democráticas, pero no es la única ilustración ni la única causa. También las justifica y, sobre todo, la debilidad y claudicación de un Estado democrático frente al poder financiero o frente a la industria monopolística o frente a la especulación inmobiliaria o frente a cualquier otro de los muchos abusos que desde el poder económico se han ido cometiendo en los últimos años y que han convertido al Estado en un servidor sumiso de sus intereses.

Debilidad del estado democrático es sobre todo, la complicidad en el atropello de aquellos cuya misión era salvaguardarlo de los carroñeros, con la excusa de que, de no hacerlo, hubiese ido peor la cosa como en Grecia o Portugal. Contra la debilidad del sistema democrático y no contra otra cosa ha crecido el grito de las plazas, porque debilidad es que Camps, triunfe entre banderas, pero más debilidad viene a ser la operación contra Garzón o que Repsol reparta desorbitados beneficios entre sus altos ejecutivos aprovechando la situación crítica de la economía española y mundial y debilidad es que los bancos se rían a carcajadas del Estado mientras esperan que siga vaciando sus arcas, nuestras arcas, para llenar las suyas y sacarlos de la crisis en que sus propias tropelías los metieron.

Debilidad democrática, en otro orden, es que la campaña electoral para las elecciones locales en Granada la haya resuelto el PP en tres capítulos a cual más insolvente, riéndose, una vez más, de un sistema democrático demasiado débil, con un primer capítulo que descargaba en otros sus ausencias y sus culpas, un segundo capítulo de basura envuelta a cargo del secretario general de su partido, Sebastián Pérez y un tercer capítulo final con traca y chascarrillo bufo incluido, que a chiste malo suena buscar las soluciones de los problemas de Granada bajo tierra, con el aplauso estulto y la risa vana de los que siempre han sido capaces de sacrificarlo todo para ganar dinero. Dentro de unos días, a más tardar semanas, la pantomima, como otras payasadas a las que los autores de la trama nos tienen acostumbrados, habrá sido olvidada y veremos a ver quién, para esos días, se sienta en el sillón de alcalde, si el sistema es algo más fuerte y contra quien nos indignamos.

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