Cámara subjetiva

Ángeles Mora

Democracia y corrupción

EL hecho de que la reciente campaña para las elecciones europeas se haya desarrollado bajo el sucio telón de fondo de la corrupción política, parecía presagiar -e incluso temer por parte de los implicados- un consiguiente rechazo y castigo en las urnas. ¿Con qué decencia democrática votar a un partido que apoya hasta extremos sonrojantes a políticos tan en entredicho? No ha sido así y los mismos imputados alardean de que a la gente no le importa si ellos son o no culpables. Parece ser que a la gente lo único que le importa es que ganen los suyos. Se acepta la corrupción como algo inherente a nuestro mundo, a los negocios, al dinero. Se tiene licencia para robar, sobre todo si eres poderoso. Los que no pueden hacerlo esperan la ocasión, si es que se presenta, para medrar. De ahí los casos de Gil y Gil y sus herederos en Marbella o a otro nivel el de Berlusconi hoy en Italia: políticos votados masivamente en nuestras democracias enfermas. Y digo enfermas, porque pienso que con otra filosofía de vida detrás podrían ser el único camino para un entendimiento común.

Eso queda lejos todavía. Me hace gracia -aunque no tiene ninguna- leer de vez en cuando que la lucha de clases es lo que estropea el mundo. Pero ¿qué se entiende vulgarmente por lucha de clases? Naturalmente el que los de abajo se levanten en armas y peleen contra los de arriba, alzando su odio y originando las guerras, cuando lo que importa es el amor y la armonía pacífica entre unos y otros… Quién no se sabe ese discurso. Y sin embargo la lucha de clases no es algo intermitente que venga de abajo arriba, sino algo diario que se llama explotación y que funciona exactamente al revés: viene de arriba abajo.

Para mantener ese orden impuesto por el dinero están los ejércitos y la policía e incluso los guardias de seguridad que vigilan los espacios de los más poderosos -amén de la ideología dominante-. Los de abajo nada pueden hacer sino entrar por el aro (¿en el sometimiento voluntario…?)

Desmoraliza el que en tiempos tan duros Europa se siga escorando a la derecha, en una regresión sin fin. Pero por muy derrotada que se sienta hoy la izquierda, tiene el deber de no renunciar a la lucha ideológica, un esfuerzo continuo por desenmascarar al poder y sus trampas y juegos de dominio. Y tiene el deber también de recordarle al PSOE que no sólo ha de ser progresista, sino asimismo huir de un liberalismo económico que además de esclavizarnos cada día más, está desencantando a muchos de sus propios votantes.

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