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josé joaquín león josé aguilar

Desencanto en la izquierda¿Se cargará Pablo Podemos?

Según las últimas encuestas publicadas, Pedro y Pablo están quemados como líderes de la izquierdaPablo sobrevalora la capacidad de Podemos para transformar la política y sobrevalora más su propia capacidad como líder

Las últimas encuestas publicadas son increíbles para unas elecciones generales, que no están convocadas ni se esperan a corto plazo. No obstante, pueden detectar un estado de ánimo. Además del sorpasso de Ciudadanos al PP, que está arrimado al momento, lo más llamativo es el fracaso de la izquierda para construir una alternativa. El PSOE de Pedro Sánchez aparece como tercero y el Podemos (y compañía) de Pablo Iglesias se quedaría como cuarto y bastante alejado del podio. Con ello se supone que Pedro y Pablo están quemados como líderes de la izquierda. Sobre todo si es cierto que entre Ciudadanos y el PP alcanzan más del 50% de los votos.

En el PSOE, la cuestión les debería llevar a otro debate interno. Cuando Mariano Rajoy sufre su peor momento, según esas encuestas, el PSOE de Pedro Sánchez no es capaz de adelantarlo, a pesar de que el líder está más moderado que antes y se aparta de las compañías peligrosas. Si el PSOE es sorpassado por Ciudadanos significa que ya no sería la alternativa al PP, como siempre fue en los tiempos del bipartidismo. Por otra parte, la última encuesta publicada en Andalucía (también bastante increíble), que concede más de 10 puntos de ventaja a Susana Díaz sobre el PP, iría en la línea de pensamiento de que en el PSOE se equivocaron al elegir a su líder. Y ahora se han metido en un berenjenal, complicado por la ruina del socialismo en Europa.

Más allá, Podemos ha pasado de ser el partido de los indignados a quedarse como el partido del voto inútil. En los municipios donde han gobernado no mejoran las condiciones de vida de sus vecinos. Pablo Iglesias apostó por una estructura populista y clientelar. Con su frikismo, les está pasando como a la CUP en Cataluña: dejaron de ser los que empujaban en busca de ilusiones para quedarse como un estorbo. Tampoco benefician las peleas internas. Por su parte, Izquierda Unida se está haciendo el hara kiri, en provecho de Podemos. ¿Para qué? Para estar peor que antes.

No corren buenos tiempos para la lírica, que se ha quedado para niñatos y niñatas, ignorantes de los verdaderos poetas como el fallecido Pablo García Baena. Ni tampoco para la izquierda, tan unida a la lírica con Neruda y Alberti, por ejemplo. La causa del desencanto, que puede enviar a una parte de sus votantes a la abstención, es la demagogia barata que han utilizado en los tres últimos años, tratando a los españoles como si fueran tontos. Aún les queda tiempo para analizar la realidad y rectificar.

SUS malos resultados en las elecciones catalanas materializan y concretan el declive de Podemos. Hace un año aún pretendía ser la alternativa al PP -y al régimen del 78, si me apuran- y ahora parece destinada a ser la cuarta fuerza política del país. No sólo se ha alejado de dar el sorpasso al PSOE, es que Ciudadanos se lo ha dado a ellos (en las encuestas, ciertamente). Pablo Iglesias resulta ser el líder peor valorado. Incluso ya es cuestionado entre sus votantes.

El principal responsable de que el partido de Pablo Iglesias esté cayendo en picado es Pablo Iglesias. Desde que decidió apartar a todos los fundadores de Podemos que le salieron respondones (notablemente Íñigo Errejón, pero también Bescansa, Alegre, el reconvertido en dócil Echenique), no ha hecho más que equivocarse. Ha dilapidado cuidadosamente todo el potencial, la energía y la carga subversiva de la indignación del 15-M, trocando a Podemos en un partido convencional, de ideología confusa y estrategia errática y absolutamente burocratizado y jerárquico.

Un liderazgo tan inflamado y asfixiante sólo es aceptable en términos de grupo cuando el líder carismático acierta en su conducción. No es el caso. El muchacho -Pablo Iglesias- no tiene abuela. Lleva años sobrevalorando la capacidad real de Podemos para convertir la indignación social por la crisis y la corrupción en un movimiento político transformador y, sobre todo, sobrevalorando su propia capacidad como líder para analizar la realidad y señalar el camino para cambiarla. Así no se asaltan los cielos, se besan los suelos.

Sin ser exhaustivos, ahí van algunos de sus más llamativos errores de diagnóstico y recetario. En 2016 boicoteó la posibilidad de pactar con PSOE y Ciudadanos un programa moderadamente reformista que, al menos, habría desalojado a la derecha del poder. También se cubrió de gloria aliándose con Izquierda Unida en base a la quimérica creencia de que la alianza sumaría los votos de unos y otros, y ocurrió lo contrario. Preso de la convicción de que el Régimen del 78 estaba a punto de caer, ha sido complaciente con los separatistas catalanes (recurrió el 155, trata a los Puigdemont y compañía como presos políticos) y cómplice del partido más corrupto de España. Todo le valía para acabar con la democracia burguesa.

En un improbable ejercicio de sinceridad, Pablo podría decirle a sus menguados incondicionales: "Ya somos todo aquello que odiábamos hace diez años". O casi.

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