Cámara subjetiva

Deudas contraídas

El pecado del silencio cuando se debe protestar convierte a los hombres en cobardes

Deudascontraídas es el título del último libro de Ana Rossetti. Las poetas que comenzábamos a publicar en la década de los 80 aprendimos a adorar a Ana Rossetti desde que publicó aquel ya mítico libro titulado Los devaneos de Erato (Premio Gules de poesía en 1980), una mezcla de erotismo y clasicismo desenfadado, que hizo estragos en el ambiente de un culturalismo envarado que se iba viniendo abajo por aquellos tiempos. La libertad y desenvoltura con que Ana Rossetti entró en el panorama poético de entonces fue un auténtico momento estelar de la poesía escrita por mujeres. Fue el disparo al aire que nos invitaba a entrar en el juego de hacer versos (que no es un juego, como bien dijo Gil de Biedma) libremente, a nuestro modo, sin previas limitaciones ni complejos.

La trayectoria de Ana Rossetti es larga y una de las características que la representa es la variedad de registros que tiene, de géneros que ha tratado (Poesía, pero también prosa, novela, cuentos, ensayos, artículos, teatro, y ha llegado hasta escribir el libreto de una ópera).

Deudas contraídas es un libro que aparentemente se desnuda de cualquier retórica para utilizar un lenguaje que va directamente al grano, a la denuncia de un mundo cruel que nos está convirtiendo en cómplices del más horrible desprecio por la dignidad humana. Un mundo que retransmite su ferocidad por televisión, y lo vemos como si no fuese algo que nos atañe directamente porque no podemos llegar a tocar sus heridas. Qué poesía puede contar eso sino los textos desgarrados de este libro: "lo que está frente a mí no es sino la visión virtual de un mundo extraño, y yo no soy sino un clamor más que se une al mundo de farsantes.// O de ingenuos", nos dice en su poema Efectos muy personales.

En Deudas contraídas a Ana Rosetti el ritmo de los versos le ha resultado insuficiente para expresar el dolor y la angustia que nos produce el mundo que estamos construyendo. Ha necesitado de la prosa poética, con aliento contenido, pero vivo, para ponerle voz a la miseria, a la guerra, al exilio, a la soledad, a las mujeres desaparecidas, maltratadas, a los desahucios, a las viviendas vacías acumuladas por los bancos, a los que viven en las calles, a la compraventa de todo, en un intento de comprometernos o despertar conciencias.

Ya lo anuncia en su cita inicial "el pecado del silencio cuando se debe protestar convierte a los hombres en cobardes".

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