Opinión

Jesús Cascón

Diccionario de la Razón sexitana

LOS precursores del liberalismo político, aquellos que consideraron que el pueblo debía tener su correspondiente cuota de poder, no se equivocaban. El tiempo les ha dado la razón. Pero más razón les ha dado los torpes, necios y dictadores, los acaparadores de poltronas y, de algún modo, la burocracia.

Diderot y D'alembert crearon la Enciclopedia de las Artes y las Ciencias, conocida como la 'Ilustración' o 'Diccionario de la Razón'. Un compendio magistral que ha sido encajonado con el paso de los siglos, y que raras veces se ha aplicado en España por mor de aquél odio a todo lo que oliese a francés. Sonaba a aburguesado.

Pero mientras en España renegábamos de los aires de liberalismo galo, en el centro de Europa la prosperidad se adueñaba de sus gentes. Los 'burgos' de antaño, lugares de paso obligado para el comercio, se estructuraban con arreglo a los nuevos tiempos, las calles y plazas se adaptaban para las grandes rutas comerciales y sus pobladores decidían, en populosas asambleas, el modelo de ciudad que querían fabricar. En nuestra época, son nulos los ejemplos de aquel liberalismo urbanístico y social. La aportación de los ciudadanos para componer una estructura de bienestar es mera anécdota, y no es de extrañar, por tanto, la proliferación de noticias en los diarios nacionales cuando aparece algún alcalde que se niega a permanecer ajeno a los clamores de sus gobernados, que piden que las ciudades se construyan bajo la perspectiva de los que las habitan, no al albur del burócrata apoltronado en Sevilla, capital de la sinrazón andaluza, y madre de todos los Potaugs paridos hasta el momento.

Ese es el caso de Benavides. Un alcalde controvertido, polémico, para nada inadvertido a la opinión pública, con más detalles de revolucionario de los que debiese pero, que en este caso, ha acertado de pleno demostrando a propios y extraños que sí se puede. Un 'yes we can' a la sexitana, o como prefieren algunos, una clamorosa bofetada a los que se conforman con plegarse a los caprichos de quien gobierna Andalucía, con bastante desacierto en los modelos de ciudad.

Nuestra comunidad lleva muchos años anclada en un modelo común, que parece destinado a no molestar a la capital hispalense, con tantas cosas por proteger que ha olvidado lo sustancial: el suelo sirve para muchas utilidades, pero sobre todo para habitarlo, utilizarlo y hacer prosperar a sus gentes. Benavides quiere escuchar a sus gentes para que éstas decidan si quieren poner la quinta velocidad o, como en el caso de gran parte de Andalucía, seguir con el freno puesto. Y si los sexitanos quieren la marcha atrás, no será al arbitrio del edil de turno. Será por voluntad propia. Por la voluntad ilustrada.

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