La pirámide de maslow

Esther / Ontiveros

Doscientas horas extra para nada

PERDER el tiempo, en el sentido de desperdiciarlo, es por lo visto una práctica tan absurda como habitual en este país. La cantidad de tiempo invertido en elaborar una unidad de producción en España excede con mucho la media europea. Explicaba Carl Marx que el grado de productividad de un trabajador depende de varios factores, entre los cuales se cuentan la destreza del obrero, el progreso de la ciencia y de sus aplicaciones, el volumen y la eficacia de los medios de producción y la organización social del proceso de producción.

Sobre la capacidad del trabajador para desempeñar su labor eficaz y eficientemente sólo recordaré que la del siglo XXI está considerada la generación más preparada de la Historia. Lo saben los departamentos de recursos humanos, que acumulan ingentes cantidades de currículos de postgraduados multilingües pluriespecializados que anhelan profundamente desempeñar puestos en los escalafones más bajos de las empresas. En lo que respecta a los avances tecnológicos, no es ninguna novedad que la 'sociedad de la información' será recordada como la etapa de mayor ritmo de producción de hallazgos científicos que, extrapolados al ámbito industrial, han supuesto una auténtica revolución en el trabajo.

Despejada la incógnita del porqué de esta pobre productividad, la solución a esta ecuación habría que buscarla en la falta de organización. Leíamos en este periódico la pasada semana que los españoles trabajan unas 200 horas al año más que la media europea y sin embargo el índice de productividad del trabajo del país se encuentra entre los más bajos, sólo por delante de Portugal. A esta idiosincrasia del gusto por echar horas en la oficina la llaman 'cultura de la presencia', cuando está más que demostrado que a partir de las siete u ocho horas de jornada laboral el trabajador sólo es capaz de eso, estar de cuerpo presente en su puesto.

Doscientas horas extra sin rendimiento. doscientas horas extra de agotamiento intelectual, de desmotivación y desgaste. Y doscientas horas menos para estar con la familia y los amigos, despejar la mente, leer, hacer deporte, estudiar, ir al cine, escuchar música, pasear, visitar a los abuelos, ayudar a los niños a hacer los deberes, hacerse una revisión médica rutinaria, ver la final de la Champions, preparar el cocido de mañana, cambiar la bombilla fundida…

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