Espíritu olímpico

En aquel tiempo, Pujol era un patriota, un catalanista con 'seny', cuyos negocios funcionaban con discreción

Los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992, cuyo XXV aniversario se conmemora, tuvieron un simbolismo político más impactante que la Exposición Universal de Sevilla. Aquellos Juegos consagraban el espíritu olímpico de la Transición, hermanaban a Cataluña con el resto de España en una celebración de Estado, revalorizaban a la Monarquía Constitucional (y Deportiva) pilotada por el rey Juan Carlos, certificaban la década triunfal en el poder del PSOE de Felipe González, premiaban la voluntad europeísta y la apertura al mundo de un país que había superado un pasado casposo para ser el epicentro de todas las movidas progresistas. Esa España de Felipe ya no era la de Franco, ni nadie hablaba de memoria histórica, porque los socialistas iban a cumplir 10 años en la Moncloa.

Las plurinacionalidades se aparcaron, con un objetivo común. Sólo ETA secuestraba o tiroteaba a quien le parecía enemigo de la Patria Vasca, pero hubo unas redadas al sur y al norte de Euskadi, y unas consignas obvias, no mucho después del GAL. En los discursos de Barcelona 92, tampoco es que se volviera a hablar de la unidad de los hombres y las tierras de España en su rica diversidad, pero había un buen rollito. En aquel tiempo, Jordi Pujol era un patriota, un catalanista con seny, cuyos negocios en Andorra funcionaban con la discreción que los hace rentables, y cuya tendencia a pactar (siempre que era necesario) lo convertía en imprescindible. Es cierto que el primer AVE llegó a Sevilla, por una nostalgia sureña de Felipe González, y que eso molestó en Barcelona. No obstante, el Estado se había volcado en Cataluña y parecía útil repartir algo allá abajo. Además, para conseguir esos Juegos, Juan Antonio Samaranch, hombre de dotes patrióticas, puso toda la carne en el asador, y sin quemarse ni nada.

El espíritu olímpico de Barcelona 92 se plasmó en algunos detalles, como el Príncipe de Asturias (actualmente, rey Felipe VI) de abanderado en la ceremonia inaugural; o el catalán Pep Guardiola y el andaluz Kiko Narváez como figuras de la España que ganó por vez primera una medalla de oro en fútbol, superando el ridículo del Mundial 82, y reverdeciendo los laureles de aquella vieja Eurocopa que se conquistó en Madrid y en los tiempos de Franco. También fue muy apreciado el gesto del rey Juan Carlos animando en un partido de waterpolo, entre otros inolvidables.

¿Qué pasó con aquel espíritu olímpico? Degenerando, degenerando, se ha llegado a esto: al disparate catalán.

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