La colmena

Magdalena Trillo

mtrillo@grupojoly.com

Federico vive

No deberíamos conformarnos con mantener, con un hilo de subsistencia de fondos públicos, un museo-tanatorio

Así que pasen quince años… Con este guiño lorquiano a una de las obras "imposibles" que escribió Federico -no sólo El maleficio de la mariposa' fue un fracaso cuando se estrenó-, resulta tentador volver a escribir el mismo artículo; el que mira hacia atrás. El que se lamentaría de los quince años de conflictos y desencuentros entre los políticos y la familia que han terminado convirtiendo la puesta en marcha del Centro Lorca en una endiablada cuenta atrás, el que se escandalizaría por ver el nombre del poeta unido a esas estafas de guante blanco más propias de nuestros tiempos de corrupción que de los suyos de picaresca, el que hablaría de la placa de La Caixa que ya luce atornillada en la fachada del edificio de La Romanilla y se perdería buceando en lo que sabemos -y lo que no- sobre el tortuoso camino que conecta dos fotos: la de Laura-García Lorca con el entonces presidente José María Aznar en la famosa reunión de Moncloa de enero de 2004 y la de los camiones de mudanza del pasado 19 de marzo depositando los primeros fondos del legado en Granada.

No es ningún regreso -es una llegada- y es mucho más que una "habitación propia" lo que ya tiene Federico en su ciudad. Las más de 5.000 piezas y documentos que integran los fondos que desde 1986 se custodian en la Residencia de Estudiantes terminarán de ocupar la cámara acorazada del Centro Lorca antes del verano. Hasta entonces, llegarán noticias de los tribunales (por el fraude del anterior secretario de la Fundación, Juan Tomás Martín) y de las instituciones que habrán de despejar el complejo escenario de cómo, con qué fórmula y con qué presupuesto, se gestiona el que está llamado a convertirse en un centro de referencia y en un revulsivo para el nuevo panorama cultural español.

Lo exige la marca. El Centro Lorca no puede ser uno más. No lo fue Federico y no puede serlo el gran proyecto que lleva su nombre. Le escuché decir una vez al hispanista Ian Gibson que poco importa si el legado está o no en Granada, que hoy todo está digitalizado y a disposición de los investigadores. Pero es que el debate es otro: no hablamos (sólo) de los estudios lorquianos -deben ser una pieza angular, pero una más- y no deberíamos conformarnos con mantener abierto, con un hilo de subsistencia de fondos públicos, un museo-tanatorio en memoria del poeta.

Federico vive. Con este lema intentó el anterior gobierno en la Diputación (PP) recuperar el espíritu de La Barraca, llevar la obra de Lorca a los pueblos y, aunque nunca fuera un objetivo explícito, contrarrestar la acción del Gobierno andaluz con la búsqueda de sus restos siguiendo las hipótesis de su asesinato entre Víznar y Alfacar. Nos guste o no, son dos páginas entrelazadas de una misma historia y en las dos interviene la política.

Pero miremos hacia adelante. El Centro Lorca llega en un momento clave y de intenso debate en la política cultural. Granada ha situado el proyecto de la Capitalidad del 2031 como un horizonte de oportunidad para relanzar su oferta y resituarse como destino de prestigio. Y lo hace justo cuando los gestores de los grandes museos y centro culturales están repensando lo que son y lo que quieren ser. En enero se reunían en París los máximos responsables del MoMa de Nueva York, el Pompidou francés, la Tate de Londres, el LACMA de Los Angeles, el Hermitage de San Petersburgo y el Reina Sofía de Madrid poniéndolo todo en cuestión: el porqué y para qué de la (democrática) gratuidad, el dilema entre la razón utilitaria y la razón creativa, el coste de los blockbuster sometidos a la tiranía del público, el riesgo de las franquicias y la homogeneización…

El paso adelante de Málaga es una cuestión coyuntural; una interesada distracción. Y el Centro Lorca, con la misma fuerza que lo hace la Alhambra, no puede quedar relegado a disputas localistas y planteamientos provincianos. Cómo establecer vías de financiación que superen el modelo de confort de la subvención y que creen comunidad, hacia dónde lanzar las redes de las sinergias y con qué contrapartidas, cómo sostener una programación de primer nivel capaz de romper y de coser entre lo viejo y lo nuevo…

Lo excepcional, lo único, la marca, la tenemos. Pero queda lo más difícil. Darle vida.

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