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Luis Chacón

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Feminismo de pasarela

Son las que desde los tacones y los vestidos de alta costura critican el tacón y la alta costura pidiendo subvenciones

Una activista de Femen robando el Niño Jesús del Belén del Vaticano, el escándalo puritano por la presencia de azafatas en la Fórmula 1, la retirada de Hilas y las Ninfas, el exquisito cuadro prerrafaelita de Waterhouse, de la Manchester Art Gallery o la imagen de varios líderes políticos luciendo un abanico rojo en la Gala de los Goya, como si estrenaran una revista de Celia Gámez, no son feminismo, ni nada que se le parezca. Cada vez que en el rico Occidente desarrollado y democrático se jalean estas pamplinas, montones de mujeres que, esas sí, lucharon por los derechos de todas arriesgando reputación, vida y hacienda, deben revolverse en sus tumbas. Por no hablar de quienes siguen sufriendo postergación legal y ausencia de libertades en demasiados países a los que, curiosamente y desde las mismas posiciones de radicalismo feminista y también desde cierta izquierda, se les respeta todo o casi todo, arguyendo que la marginación de la mujer no es más que una cuestión cultural que hay que comprender. Así que, además, cobardes.

Imagino que, al igual que en Manchester, y ya que cosifican a la mujer, habrá que quitar los desnudos de todos los Museos. También la Venus dormida y la Cleopatra de Artemisia Gentileschi, esa mujer valiente que decidió ser pintora en la Roma del XVI y cuya biografía deberían conocer todas las actuales heroínas del feminismo de pasarela. Aunque sólo fuera por admirar la fortaleza que demostró en el proceso por violación que emprendió contra su maestro Agostino Tassi, que fue condenado por ello. Pensemos en Clara Campoamor, en Concepción Arenal, en Margarita Nelken y en tantas mujeres que se han esforzado y se esfuerzan por crear una sociedad donde la igualdad de oportunidades sea la noema para todos. Esas son las mujeres que hacen historia, no las que desde los tacones y los vestidos de alta costura critican el tacón y la alta costura pidiendo subvenciones.

En una de las mejores escenas de Los archivos del pentágono, la editora del Washington Post, Katherine Graham, tras ganar el pleito al gobierno de los EE.UU., baja la escalinata del Tribunal Supremo entre las miradas emocionadas y admiradas de mujeres de todas las razas y clases sociales. Entre la hija de papá que organizaba fiestas y recepciones y la poderosa editora que tumbó al presidente Nixon, sólo había una diferencia, la determinación. Son esas las mujeres que abren el camino a otras.

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