Los nuevos tiempos

César De Requesens

crequesens@gmail.com

La década patafísica

Alfred Jarry la inventó para mofarse de la gente que gobierna de bolsillo y pasa de personas, principios morales...

Huele a final de época y el olor que llega no es agradable. Hay ya encima de la mesa un montón de datos que nos llevan a pensar que la Historia está empezando a virar y el panorama que deja entrever no invita al optimismo, aunque todavía nos queda mucho por saber y nadie puede adivinar dónde va a terminar todo esto. Hay dos bisagras sobre las que está girando el mundo en el que hemos vivido: la primera es el final del trabajo tal y como lo hemos conocido desde la transformación industrial de finales del siglo XIX; la segunda es la puesta en cuestión de la democracia entendida como un valor superior compartido de forma unánime en el mundo desarrollado.

El final del trabajo, del sistema laboral imperante desde hace más de un siglo, viene impuesto por la revolución tecnológica que coge velocidad a principios de este siglo y por una robotización de la producción cuyas consecuencias no somos todavía capaces de ver. Todos los teóricos coinciden en que en esta generación vamos a ver desaparecer en nuestro entorno millones de puestos de trabajo asociados a cadenas de producción y a funciones que van asumir máquinas cada vez más sofisticadas y baratas. Se van a crear nuevos empleos que necesariamente van a ser de alto valor añadido y de una enorme cualificación técnica, pero insuficientes para atender la oferta de mano de obra. ¿Está nuestra sociedad preparándose para asumir este reto? Parece que no; la educación para el futuro es uno de los grandes déficits del mundo occidental.

Mucho más claro se ve la caída de la democracia como ideal supremo de convivencia. La llegada de un personaje como Donald Trump a la presidencia de la primera potencia mundial hace que se tambaleen principios que hasta ahora creíamos inamovibles y que eran sinónimos del avance social. El nuevo inquilino de la Casa Blanca, desde la zafiedad y el pensamiento más reaccionario, está poniendo muchas cosas patas arribas, acompañado por un extraño coro que abarca desde el caudillismo postsoviético de Vladimir Putin hasta la amenaza de que la ultraderecha xenófoba conquiste dentro de unos meses la presidencia de Francia. Estamos hablando, nada más y nada menos, de Estados Unidos y Francia, las dos democracias más serias y consolidadas de las que podía presumir Occidente.

Hay muchas dudas de hacia dónde nos lleva lo que se adivina en el horizonte. Pero lo que sí se puede afirmar, por primera vez en muchísimo tiempo, es que no está claro -más bien, todo lo contrario- que el futuro vaya a ser mejor que el pasado.

LO primero que quiero es felicitar a la sociedad civil granadina y a la comunidad sanitaria de nuestra ciudad por haber conseguido, con un gran esfuerzo, que el Gobierno andaluz derogue la orden de fusión hospitalaria.

No podemos perder más tiempo, y es imperativo terminar ya con 7 meses de incertidumbre sanitaria. La ciudadanía tiene que saber a qué hospital debe acudir para recibir la atención especializada que necesite, y debe tener la plena confianza de que, cuando le surja una urgencia, la atenderán sea cual sea el cuadro clínico, y en condiciones adecuadas, claro está. Así mismo, mientras se rediseña la sanidad pública granadina, se tienen que tomar medidas de contingencia para revertir los recortes de los últimos años y reforzar áreas clave como las urgencias, la salud reproductiva (maternidad), o la limpieza, que ahora mismo está bajo mínimos.

La fusión, como su propia palabra indica, ha confirmado ser explosiva. Una vez cesados dos de los principales responsables del desastre, para descontaminar el área afectada por esta bomba (H)ospitalaria, la Consejería de Salud ha nombrado a personas con una amplia experiencia política y profesional en salud pública y en gestión sanitaria. Por lo tanto el Gobierno tiene una oportunidad para dar un giro de 180 grados a su política sanitaria, alejándose de experimentos pirotécnicos y de los recortes, y apostando por mejorar la calidad de los servicios públicos sanitarios, por dignificar el trabajo de sus profesionales, y por atender las necesidades de salud de la población granadina.

Y para demostrar esta voluntad, lo primero que tienen que hacer es abrir desde ya un proceso participativo que cuente con todos los agentes. Lo más inteligente en estos casos es aprovechar la energía ciudadana para integrarla en un gran proceso a favor de la salud. Nunca más puede volver a haber en nuestra tierra un cambio de las dimensiones de la fusión hospitalaria sin contar con la enorme energía ciudadana que mueve Granada día a día. El Gobierno de España debería tomar nota de esta realidad y abordar con seriedad la reconexión ferroviaria y la entrada soterrada del ferrocarril, entre otras muchas cuestiones pendientes en nuestra ciudad.

Para recordarle todo esto a nuestros gobernantes tenemos una cita este viernes en Plaza Nueva en defensa de la sanidad pública, y otra cita el 12 de febrero, a las 12:00 horas en defensa de la reconexión ferroviaria y la entrada soterrada del ferrocarril. ¿Vendrá el alcalde que no acudió a ninguna manifestación contra la fusión?, ¿vendrán los dirigentes del PP que sí estuvieron en las marchas por la sanidad pública? Se admiten apuestas.

CENAMOS el viernes pasado, entre risas y charlas, todos los patafísicos con corbatas de plástico rojiblancas, con la insignia espiral en el pecho cuyo original dice "resurjo eadem ipsum", ante esas pizzas riquísimas del restaurante Bacus Romano donde nos soportan en cada agitada soiré estacional desde hace ya años. Amistad, complicidad y literatura por el gusto de escribir y sin más, sin más honores ni distinciones que los rimbombantes nombres que nos impone nuestro excelso 'Proveedor propagador' -además de gran persona- Ángel Olgoso, escritor granadino con la rara virtud de ser humilde y encumbrado por los demás, toda una rareza provocada por la sana envidia que le profesamos al autor de, por el ejemplo, Las frutas de la luna, un libro que prueba la existencia de un genio vivo del cuento entre nosotros.

Celebrábamos, con defenestraciones varias, toda una década de vida del Instituto Patafísico Granatensis, un invento parisino de 1948 traído por nuestro querido Ángel Olgoso hasta aquí que prendió en corazones creativos como los de José Luis Gart, Miguel Arnas, Andrés Sopeña, Miguel Ángel Moleón, Celia Correa Góngora y así hasta 45 escritores y artistas unidos por el gusto de tomarnos en serio la alegría. La literatura, así lo vivimos, está para celebrar lo que de absurdo y extraño hay en todo, antídoto salvífico durante toda esta crisis coronada por la gran boutade final (y mundial) de esa caricatura del poder en la Casa Blanca, ese Trump-'Ubú', personaje que el fundador espiritual de la patafísica, Alfred Jarry, inventó a principios del siglo XX para mofarse de la gente que gobierna de bolsillo y entrepierna hacia abajo, regordetes egocéntricos que sin pudor pasan de personas, tratados o principios morales.

En esta cena aniversario lo comentábamos. Que un personaje así, Ubú-Trump, sacado de la ficción ya no tiene tanta gracia, porque hace daño real.

Mientras ponen el bozal a estos Ubú en la realidad nosotros, los patafísicos, seguiremos reuniéndonos esperemos que otra década, para reírnos del poder grosero y de sus muchos disfraces y compartiendo y riendo como antídoto contra ese mundo gris que encumbra idiotas y relega a todo lo sospechoso de poder pensar en libertad. Hay que leer más a Alfred Jarry, ese trapisonda que nos inspiró con tanta verdad.

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