LA apuesta de los gobiernos autonómicos de Cataluña y la Comunidad Valenciana por alcanzar un pacto bilateral para defender el mismo planteamiento en las negociaciones previstas sobre el nuevo sistema de financiación de las autonomías tiene un alto significado político. La Generalitat catalana está gobernada por un equipo tripartito con hegemonía socialista, mientras que la Generalitat valenciana la dirige con mayoría absoluta el Partido Popular. Eso quiere decir que ambas comunidades subordinan, si logran articular su alianza, la lucha partidista a un interés común basado en su condición de regiones ricas y obligadas al ejercicio de la solidaridad interterritorial. De hecho, las dos comunidades tratan de que en el nuevo sistema, que habrá de negociarse en el Consejo de Política Fiscal y Financiera durante los próximos meses, limite el fondo de suficiencia -que garantiza la igualdad en la prestación de servicios a los ciudadanos en todas partes- a los sectores de la educación, la sanidad y los servicios sociales, dejando otros aspectos de la política social sin una cobertura financiera clara. La alianza ha causado la lógica alarma en la Junta de Andalucía, partidaria de que el sistema a implantar siga considerando la población como el criterio fundamental del reparto del fondo a todos los efectos. Al mismo tiempo, el eje Barcelona-Valencia que se está gestando ha venido a poner en evidencia las contradicciones internas de PSOE y PP, cuyas organizaciones andaluzas no pueden sino estar en desacuerdo con sus compañeros de partido respectivos de Cataluña y Comunidad Valenciana. Dado que el nivel de desarrollo y el componente territorial van a resultar decisivos en el debate sobre financiación autonómica, se impone que socialistas y populares andaluces, así como la representación parlamentaria de IU, lleguen a un acuerdo sin grietas para que la Junta de Andalucía acuda a las negociaciones con una postura firme y consensuada en defensa de nuestros intereses generales.

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