Esta boca es tuya

Antonio Cambril

cambrilantonio@gmail.com

Franco, cofradiero

La Semana Santa la costeamos todos: los creyentes, y también los ateos, los agnósticos, los hijos y los nietos de los vencidos

Vale que los aspirantes a la presidencia del PP conviertan la campaña electoral interna en una guerra de cofradías y Juan García Motero anime con la banda de cornetas de Las tres caídas la presentación de su candidatura. Vale que lo que hace décadas eran unos días de recuerdo en torno a la pasión, muerte y resurrección de Jesús haya degenerado en un espectáculo descomunal y cuasi pagano que paraliza la ciudad. Vale que los espíritus delicados y los enfermos de los nervios huyan de la trompetería después de haber rezado en vano para que llueva a cántaros. Vale que los hosteleros transformen la piedad en un lucrativo negocio y propongan, si quieren, la concesión a Cristo de la medalla al mérito turístico. Vale que esa gran parte de la población que, con todo derecho, se confiesa católica tome la ciudad durante una semana con el consentimiento de las autoridades públicas. Vale, todo vale, porque convivir significa transigir, aceptar las molestias que las tradiciones de los otros nos ocasionan para que ellos soporten después las ajenas. Pero lo que no vale es que la Cofradía del Silencio conserve el título de Hermano mayor a Franco, aquel trueno, ni que se mantenga el nombre de Santa María de la Victoria a la procesión que, desde 1940, supone una exaltación del golpe militar, la Guerra Civil y la Dictadura.

No vale. No. Porque, como recuerda la Asociación Verdad, Justicia y Reparación, estas cofradías incumplen la Ley de Memoria Histórica. Pero hay otras razones: sus responsables no corresponden al civismo y la generosidad que muestran quienes desprecian el régimen anterior o abominan en privado de la Semana Santa. Franco representa la victoria de la mitad de la población española frente a la otra mitad, a la que persiguió y reprimió durante cuarenta años (aquello sí que constituyó una Cofradía del silencio). Ocurre que la Semana Santa la costeamos todos: los creyentes, pero también los ateos, los agnósticos, los hijos y los nietos de los vencidos. ¿Gasto?: más de mil policías municipales y nacionales, 70.000 euros en subvenciones, premios, palcos, limpieza… más lo que ahora olvido. Un pastizal. Casi todo sale de las arcas de un Ayuntamiento arruinado que sostiene con su esfuerzo cada uno de los vecinos de Granada. El respeto tiene camino de ida y vuelta. Y lo otro. Basta leer el Evangelio para concluir que el mismísimo Cristo habría censurado la crueldad de aquel pistolero uniformado que tantas atrocidades cometió en su nombre.

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