Esta boca es tuya

Antonio Cambril

cambrilantonio@gmail.com

Gibraltar, catalán

La flema se convierte en flama, la historia en histeria y los tories en hooligans que amenazan con una guerra imposible

Hubo un tiempo no muy distante en que los intelectuales españoles glorificaban la flema inglesa, el té de las cinco y las hazañas de sir Walter Raleigh, aquel corsario que logró ganar una apuesta a Isabel I al calcular el peso del humo de un puro. Raleigh puso primero el cigarro en el platillo de una balanza y computó sus gramos, después se lo fumó mientras dejaba caer la ceniza en el mismo plato y, al acabar, pesó la colilla junto con la ceniza y restó la cantidad resultante a la del cigarro inicial. Creo recordar que Paul Auster recoge la anécdota en una de sus novelas y la relata personalmente en Smoke, la película que él mismo escribió para el director Wayne Wang. En ella, el autor de Trilogía de Nueva York afirma que pesar el humo es como pesar el aire o pesar el alma, algo así como calibrar la importancia que para la economía española tendría un Gibraltar nacionalizado y despojado de su condición de paraíso fiscal.

El Peñón, tan utilizado por Franco para distraer la atención pública cuando las malas noticias abrumaban al régimen, está siendo agitado como una bandera por los políticos conservadores británicos ahora que advierten nerviosos los riesgos del Brexit. Quiere esto decir que muchas de las virtudes inglesas eran las del amo global, las de aquel cuyos deseos eran órdenes; y que, a medida que las glorias del imperio se alejan, aflora la bravuconería. La flema se convierte en flama, la historia en histeria y los tories en hooligans que amenazan con una guerra imposible. España, por el contrario, toma consciencia de que el tiempo ya es su aliado junto a los que siempre lo fueron: la historia y la geografía.

Los llanitos pretenden un contradiós, seguir siendo europeos a la vez que colonia inglesa, pero la UE apoya a España y le concede derecho de veto sobre la Roca en el marco de las relaciones con el Reino Unido. En los medios de comunicación de la Isla no escasean los bramidos, mientras que en los españoles se relativiza el asunto. La defensa más inteligente, por divertida, de la postura patria la hace curiosamente un periodista catalán, Márius Carol, director de La Vanguardia, quien ha escrito que si un día la flota británica ataca la costa andaluza "podría lastimar al casi millón de británicos con residencia en España que se tumban en sus playas". La realidad se ha invertido. Los políticos ingleses se comportan como españoles. Y los españoles, como ingleses. ¡Para flema, la de Rajoy!

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