La responsabilidad de la dotación, la investigación y la atención en salud es del Estado. Con esta premisa que es poco discutible en España, todas las ayudas son buenas siempre que se alineen con la política sanitaria y se dediquen a aquello que sus responsables políticos y técnicos estimen. Son deseables las donaciones privadas que contribuyan a mejorar la sanidad pública española, que pasa por ser de las mejores del mundo, pero aún así adolece de carencias. La controversia generada por la donación de una fundación de la constelación empresarial de Amancio Ortega, Inditex, movería a la perplejidad si no fuera la enésima confirmación de que este país tiende a la bipolaridad, por definir de forma suave nuestra previsibilidad frentista y nuestra enorme dificultad para ver gamas de grises entre el blanco y negro. De ambos extremos, tan poblados, hemos tenido ejemplos esta semana. Un país con un bando que se arroga un héroe -"nuestro héroe, veréis como esos rojos no lo reivindican"- junto al imprescindible Blas de Lezo y a Don Pelayo a un joven con coraje que hizo lo correcto en un embate repentino de la vida, la que acabó perdiendo en Londres de una mala puñalada. Un país con otro bando que abomina del éxito empresarial y que, para enmascarar su odio a quien prospera legalmente, clama contra la sombra malévola del capital privado sobre nuestra sanidad pública. Un país que con cualquier excusa, como un matrimonio carcomido, encuentra formas de pelearse. Que, es de temer, es de lo que se trata.

Buscando razones objetivas para explicar la resistencia a aceptar donaciones privadas uno se encuentra con niños que trabajan en maquilas de países pobres dentro de la cadena de subcontratación de Zara. Se encuentra con encendidas reclamaciones de una progresividad tributaria que haga que ricos como Ortega paguen los impuestos que tienen que pagar y se dejen de "caridad". O con argumentos técnicos de médicos que temen intromisiones organizativas del sector privado. Razones de altos vuelos ante un regalo del empresario estrella de unas máquinas que propician un mejor tratamiento de la enfermedad que más mata: se dice gracias, y mañana otra vez a la misma hora. El Estado debe aceptar todas las donaciones de instituciones o personas que no sean criminales o cuyos donativos no provengan de actividades ilícitas. Sucede que, en Españistán, hacer dinero y crear mucho empleo es para muchos ilícito. Son los nuevos clericales, un clero trasmutado que sustituye a las sotanas y los púlpitos moralizantes y censores de antaño.

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