Un día en la vida

Manuel Barea

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Gripe y cine

Esa mirada de Ann Margret a Steve McQueen en 'El rey del juego'... eso sí que es un antigripal eficaz

De qué puede servirte el honor si estás muerto?" es una frase de El rey del juego, la película de Norman Jewison que protagoniza Steve McQueen. Una de esas frases que se queda durante toda una noche en la cabeza como la mordedura de la gripe en los huesos. Steve McQueen siempre está yéndose por patas de algún sitio. Y corriendo. Yo al menos lo recuerdo así. En La gran evasión, en La huida, en Bullit. Y en aquella virguería de Las 24 horas de Le Mans (el documental sobre su rodaje, Steve McQueen: The Man & Le Mans, de John McKenna y Gabriel Clark, es impagable. Un pepino. De regusto amargo). Le gustaba la velocidad. "Es fría y sexy", decía.

Hacía bien en salir de naja. A estas alturas, con la que está cayendo, es lo que cada vez más pide el cuerpo.

Es madrugada y llega música de algún sitio. Estridente y molesta. Para salir corriendo, como Steve McQueen. En su Triumph. No me deja ver a gusto El rey del juego. La he visto varias veces. Sé lo que va a ocurrir. Pero me gusta ver repetidas ciertas películas. Ésta es una de ellas. Y está Ann Margret. Una mujer fatal. Impresionante. Esa mirada suya en la escena de la pelea de gallos... Eso sí que es un antigripal eficaz.

La música viene y se va. Sube y baja. Ahora puedo oir a Ann Margret.

-¿Ves algo que te guste? -le pregunta a Steve McQueen exhibiéndose. Después, mientras se besan, recibe un cachetazo en las nalgas. Uf, las nalgas de Ann Margret. Y él se va. Otra vez. Steve McQueen se las pira una vez más.

Acaba empapado por la lluvia. Entra en un garito y escucha jazz de Nueva Orleans. Sólo un instante. (Eso sí es música y no esa bazofia que llega hasta donde yo estoy de sólo Dios sabe dónde. Es peor que la gripe.) Más tarde, McQueen, un buscavidas del póquer, embaucador, se gana a los ariscos padres de su novieta con un truco de naipes.

Y está Edward G. Robinson. El Actor, según mi padre. No hay otro, decía. Yo lo encontraba repulsivo y me alegraba bastante cuando Bogart acababa con él en Cayo Largo. ¿Y por qué tenía que chafarles el plan a Fred MacMurray y Barbara Stanwyck en Perdición? Tiempo después vi El extraño y cambié de opinión, probablemente porque se dedicaba a cazar nazis. Pero mi padre ya había muerto y no pude decirle que Robinson me parecía enorme, un gran tipo. De haberlo hecho me habría recriminado mi estúpida manía de confundir a los actores con los personajes que interpretan. A veces lo sigo haciendo. No sé, igual es la gripe...

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