Palabra en el tiempo

Alejandro V. García

Más Guerrero

HACE bien la Diputación de Granada en poner fecha de caducidad a la enconada negociación con la familia del pintor José Guerrero para fijar el futuro del legado del pintor y, por extensión, el del museo de la calle Oficios. Desde que la familia sugirió que arramblaría con los cuadros han pasado muchos meses sin que la negociación (?) alumbre ningún resultado. La confusión, el hermetismo y los amagos de los herederos de embalar la obra camino de Madrid han caracterizado los encuentros entre las dos partes interesadas. Según María Asunción Pérez Cotarelo, presidenta del área de Cultura de Diputación, las reuniones no han superado esa zona oscura e incipiente, y ya es tiempo de que los familiares de Guerrero se decanten con claridad y tomen una decisión clara sobre el porvenir del museo.

Aunque mucho me temo que el resultado no sea precisamente favorable para los intereses cosmopolitas de una ciudad definitivamente extraviada en aficiones palurdas y devociones del siglo XIX. Como dijo un día el alcalde refiriéndose al Parque de las Ciencias ¿para qué necesitamos a Guerrero si tenemos un beato? Pues eso. ¿Cuántos van a echar de menos el centro José Guerrero y sus imaginativas y excelentes actividades?

Pero dejemos los lamentos para un artículo próximo. La doble oferta presentada por Diputación a los herederos del pintor parece razonable. La primera, crear una fundación privada que administraría el legado del pintor y en la que el organismo provincial tendría una representación mayoritaria (un 51%). La segunda es una variante de la primera: constituir una fundación donde Diputación participaría con la cesión del estupendo inmueble de la calle Oficios y con una aportación económica sin cuantificar para las actividades culturales. Y como no quiere que los herederos dilaten "artificiosamente" otro año la decisión de optar por una salida o por otra ha puesto un plazo: siete días.

¿Qué opinan los herederos del ultimátum? En apariencia nada. La muerte de Lisa Guerrero, hija del pintor y más proclive al mantenimiento de la obra en Granada que su hermano, supuso la pérdida de una interlocutora importante. Pero la larga indeterminación no augura nada bueno. Da la impresión de que todos hubieran asumido la pérdida del legado del gran pintor abstracto, incluida la propia ciudad. Llegados a esta encrucijada ¿quién sería el responsable de la pérdida? ¿Diputación, familia? ¿Todos o ninguno? ¿Contra qué o contra quién deberían levantarse ahora los artistas que hace más de un año suscribieron manifiestos? Creo que esa sensación de cansancio, conformismo e impunidad es un síntoma pésimo.

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