Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

coleraquiles@gmail.com

Hijos del Google Earth

Los jóvenes viajan sin mapas. Sólo con su móvil. No se perderán, a no ser que se adentren en una zona pixelada del Google Earth

En tiempos de paz prolongada, la mochila sustituye al viejo macuto del peregrino o del soldado. Dentro del macuto se podía encontrar una lendrera, estropajo, jabón casero, confeccionado con sosa cáustica y aceite de oliva refrito, un rosario, una muda, y recado de escribir. Dentro de las mochilas de los jóvenes viajeros de hoy se encontrarán toallitas higiénicas y un gel suave que cubrirán, en un 67%, las funciones del bidé; tubos con pomadas antialérgicas, preservativos, cepillo de dientes, bragas o calzoncillos de papel de talla universal, vaselina, píldoras del día después que las mamás -incluidas las más conservadoras- han metido en las mochilas de sus niñas; dentífrico, una barra de una sustancia que alivia rápida y eficazmente las picaduras de los insectos y varios paquetitos de galletas de textura e ingredientes muy variados.

Los jóvenes de la mochila siempre parecen saber a dónde van. Sólo se perderán, si visitan una zona pixelada del Google Earth. Cuando toman el barco, van directos a un rincón de cubierta que parece estar reservado para ellos. Despliegan el saco de dormir y se echan, desatentos a la partida y a la puesta de sol. Convencidos de que -jóvenes como son- disponen de tiempo para volver otra vez a ese mismo lugar y observar los matices que ahora menosprecian.

Los despertará el hambre. Sin abrir los ojos, encontrarán el bar del barco y pedirán al camarero una cerveza en inglés -el esperanto de los jóvenes- y beberán de la lata-bomba hasta la última gota, para lo que parece que la naturaleza sabia les ha dotado de una vértebra cervical más, que les permite inclinar la cabeza hacia atrás, en un ángulo casi de contorsionista, y hacerse con el contenido íntegro del envase. Después hablan, cantan y manosean el móvil. Los días que dura la travesía, los consumen en ducharse todas las mañanas en los lavabos comunitarios, beber constantemente cerveza y coca-cola, fumar, echarse desodorante y leer novelas.

Hacen transbordo de tren en las estaciones más remotas con la precisión de un cardumen de peces. Esperan la puesta del sol, entretenidos en conversaciones, en oír la música de sus celulares y en cantos. Hay grupos de jóvenes uniformados que suelen acompañarse de guitarras y ayudarse de cuadernos en los que han copiado o pegado fotocopias con las letras de las canciones que entonan.

Con las primeras oscuridades, se quedan dormidos. Se contorsionan peligrosamente en sus asientos hasta encontrar la postura más cómoda. Invaden los asientos cercanos con sus pies y no se preocupan demasiado si el viajero de enfrente da reposo a los suyos en el asiento que ellos ocupan.

Las personas mayores, al verlos dormidos, los miran con envidia. Porque ellos no han sido educados para invadir el espacio ajeno y no logran dormirse, temerosos de dejar caer, involuntariamente, la cabeza sobre el hombro del vecino y de que se malinterprete su gesto.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios