LA visita a España del número dos del Vaticano, Tarcisio Bertone, ha sido lisonjera por ambas partes. Gobierno e Iglesia Católica se han tratado con amabilidad exquisita, más allá de la pura diplomacia, pero han ratificado sus respectivas posiciones en todo lo que los separa. Puños de hierro en guantes de seda. Así en Madrid como en Roma.

El Gobierno preparó a conciencia la acogida a monseñor Bertone. El día antes de su llegada el grupo parlamentario socialista rescató su cara más posibilista y rechazó en el Congreso las propuestas izquierdistas para facilitar la apostasía, plantear el debate sobre la eutanasia y revisar los acuerdos España-Santa Sede, que quedaron a trasmano de la Constitución. El viejo litigio sobre la permanencia de símbolos religiosos en espacios públicos y actos oficiales, ni tocarlo. También se aplazó oportunamente la presentación de las conclusiones de la subcomisión parlamentaria sobre el aborto, favorable a la ley de plazos.

Pero se ha cuidado mucho el Ejecutivo de no traspasar las líneas rojas que se ha autoimpuesto como límite infranqueable de su laicismo blando. Zapatero se reservó, cómo no, la parte afable de los encuentros con el secretario de Estado del papado (le transmitió la invitación a que Benedicto XVI visite Galicia), y delegó en la vicepresidenta Fernández de la Vega -de púrpura ante el purpurado- la parte áspera: defensa de la ley de plazos del aborto, revisión de la ley de libertad religiosa en sentido más igualitario para todas las confesiones y apuesta por la asignatura de Educación para la Ciudadanía, tan común en Europa y que en España acepta la principal patronal de colegios católicos y combate enérgicamente la jerarquía eclesiástica.

Pero que si quieres arroz, Catalina. Monseñor Bertone repitió lo sabido. La Iglesia condena el aborto; si algo es necesario con respecto al aborto vigente es restringirlo, no ampliarlo, afirmó. La ley de libertad religiosa está bien como está. La Educación para la Ciudadanía fue indirectamente rechazada, al atribuirse a los padres, "por ley natural", la primera tarea educativa y el derecho a elegir la educación más acorde con sus ideas y convicciones. El cardenal no dejó de hurgar en una herida no cicatrizada: la familia se fundamenta sobre el matrimonio de un hombre y una mujer, unidos por un vínculo indisoluble. Con una sola frase se cargó, metafóricamente, el divorcio y el matrimonio homosexual.

Defraudados los expectantes que confiaban en un Gobierno más radicalizado y dispuesto al choque, y también los que aguardaban un Vaticano más dúctil que la Conferencia Episcopal Española dominada por Rouco Varela, gobernantes socialistas y jerarcas católicos han apostado por convivir con la discrepancia a cuestas.

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