Opinión

Andrés Soria Olmedo

Impresiones y recuerdos de Juan Luis Castellano

QUERRÍA ser lo más preciso posible en estas notas de recuerdo, puesto que son tan escuetas y puesto que desde luego soy parcial.

Coincidí con Juan Luis Castellano en Siena, en agosto de 1980. Visitamos -con Inma Escribano- la Catedral, con su pavimento extraordinario, blanco y negro, donde está representadas la Sibilas paganas que profetizaron la llegada del Salvador. Quizá vimos juntos también la Maestà de Duccio da Buoninsegna, atravesamos la plaza del Campo, vimos los frescos de Buen gobierno de Ambrogio Lorenzetti en el Palazzo Pubblico que sigue siendo el Ayuntamiento de aquella ciudad. Nos asombró debidamente que ciertas actividades municipales siguieran desarrollándose bajo el despliegue alegórico del gobierno republicano. Días antes había tenido lugar la carrera de caballos del Palio, que absorbe la vida de la ciudad. Días antes del palio había ocurrido una tragedia espantosa: los (neo)fascistas pusieron una bomba en un tren que estalló en la estación de Bolonia, causando más de ochenta muertos. Probablemente comentamos todo aquello caminando por aquellas cuestas de piedra (Juan Luis era poliomielítico, cojo, "el Cojo" por antonomasia en nuestra habla hispánica de amigos, siempre delicada: jamás rentabilizó esa condición), así como, por ejemplo, el hecho de que el guionista de de documental sobre Siena fuese Fernand Braudel: ¿sería posible otro tanto en Granada?

En resumen: este Juan Luis de hace cuarenta años se me representa bajo el signo de la curiosidad, esa actitud que levantaba resquemor entre los conservadores y que Galileo convirtió en virtud, esa actitud que los estudiantes y jóvenes profesores formados en los últimos años del franquismo convirtieron en ley. Juan Luis Castellanos siguió el rastro mejor de sus maestros, Juan Sánchez Montes, cuyo libro sobre Carlos V y sus relaciones con ingleses franceses y españoles fue de los poquísimos que viniendo de la Universidad de Granada lograron repercusión mundial, y Antonio Domínguez Ortiz, cuyo peso fue aumentando con el tiempo hasta la dimensión que conocemos. Y en esa estela tuvo algo que decir, prosiguiendo esa estel con una formación marxista y a la vez respetuosa con "el gran Max Weber". No soy historiador y no me corresponde valorar títulos como Gobierno y poder en la España del siglo XVIII (2006), Las Cortes de Castilla y su Diputación (1621-1789): entre Pactismo y Absolutismo (1990) o Luces y reformismo : las sociedades económicas de amigos del país del Reino de Granada en el siglo XVIII (1984).

Pero sí tengo el testimonio de su prestigio en el gremio. En 1996, recién llegado a la Universidad de California en Los Angeles (UCLA) aterricé en una cena organizada por el historiador Teófilo F. Ruiz en honor de Sir John Elliott, donde también estaba Anthony Pagden, incorporado a Universidad californiana desde Gran Bretaña. En ella salió a relucir enseguida el nombre de Juan Luis Castellano, con inmediato y alto aprecio por parte de todos, para orgullo mío su colega y amigo de Granada.

Entre tanto, y hasta ayer mismo, en tantas ocasiones y con tantos pretextos, en la Facultad -sobre todo el en bar, y en otros bares, sí- me rendí siempre con gusto al amigo curioso y al historiador de prestigio, reunidos en un conversador agudo: siempre mantuvo el interés por el mundo, fuera de su especilidad, siempre fue irónico, lúcido, cariñoso, generoso en lo mental y en lo material, seguido sin esferzo por mujeres y hombres. Siempre fue lo que en "yiddish" se dice un "Mensh" (del alemán "Mensch", ser humano). Es difícil explicar el especial sentido de respeto, dignidad y aprobación de los demás que recoge la frase "a real mensh!". Quizá, sencillamente, un cabal. A quien tantos echamos de menos.

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