LA cobertura dada por algunos medios de comunicación a la desaparición y muerte de la adolescente sevillana Marta del Castillo y las terribles circunstancias en que se produjo, así como a la investigación policial sobre el caso, ha encendido la luz de alarma de instituciones como la Fiscalía, el Defensor del Pueblo Andaluz y las organizaciones profesionales de periodistas. Con toda justificación: mientras la mayoría de los periodistas se han preocupado de informar y tratar de explicar el crimen, algunos programas de televisión, cuyo único móvil parece ser la lucha desmesurada por la audiencia, han explotado el morbo del suceso, ahondando en sus aspectos más sórdidos y organizando tertulias en las que pontifican los mismos que están habituados a hacerlo sobre los elementos más deleznables de la crónica rosa y entrevistando a la niña, de 14 años -que ha convivido en su propia casa como novia del presunto asesino-, previo pago y con la anuencia activa de su madre. Hace tiempo que este tipo de programas, seguido por amplias capas de una población ignorante y ávida de sensaciones, ha traspasado la frontera que separa el periodismo del espectáculo. El periodismo, según entendemos, es un servicio público que, con distintos soportes e instrumentos, trata de ofrecer a los ciudadanos datos y hechos, así como opiniones, que les permitan enterarse de la realidad y formarse un juicio sobre ella. Cuando lo que se pretende, por el contrario, es montar un circo en torno a unos padres desconsolados y dispuestos a todo por encontrar a su hija y lograr que se castigue duramente a sus asesinos y a unos menores cuya intimidad debe preservarse por imperativo legal y ético y que hay que proteger a veces incluso de sí mismos, de su inmadurez y exhibicionismo, así como explotar la desgracia y la indignación para alimentar los bajos instintos de la gente y, gracias a ella, la cuenta de resultados de una compañía mediática en época de crisis, no estamos ante el ejercicio del derecho constitucional a la información, sino ante un espectáculo macabro e inmoral que debe terminar enseguida. Es un escándalo.

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