Pensándolo mejor

Miguel Hagerty

De Intifadas y tsunamis

ASÍ con mayúscula -Intifada- tituló El País un artículo, algo tendencioso, por cierto, sobre "el peligro de una Intifada hispana" en EEUU, del columnista Andrés Oppenheimer. El término es un sustantivo derivado de la forma octava de la raíz 'na fa dad' (¡última clase de árabe del año, lo prometo!) y viene a significar agitación (política) o levantamiento (espontáneo y popular). Como saben, el término se puso de moda a raíz del Levantamiento Palestino a partir de 1987. Los comentaristas se pusieron como niños con juguete nuevo.

Otro tanto pasó con 'tsunami'. Se escuchaba el término de vez en cuando, sobre todo en películas de catástrofes, pero no llegó a cuajarse en nuestro léxico hasta la enorme tragedia de Sumatra de hace tres años con el resultado de que los maremotos, tan castizos ellos, tuvieron que ceder puestos a un palabro japonés que, por exótico, quedaba muy bien en las numerosas tertulias de enterados.

Es curiosa la connotación negativa que el escritor estadounidense da a la palabra árabe cuando los orígenes de su país se hallan precisamente en un levantamiento espontáneo y popular, en Boston, contra el gravamen que los británicos aplicaron a la importación de té. En este sentido, podríamos postular, incluso, que el movimiento ciudadano de Salamanca contra la subida arbitraria de impuestos municipales (el alcalde popular echa la culpa a ¡Zapatero!) constituye una intifada en ciernes.

No me convence esta extensión semántica, sobre todo porque aplica gratuitamente un significado negativo al término en cuestión. Cuando oímos la palabra intifada pensamos automáticamente en los palestinos y, al ver la expresión fuera de contexto, con insinuaciones negativas e incluso racistas ("el peligro hispano"), relacionamos un movimiento específico, políticamente incómodo para muchos como es el palestino, con cualquier levantamiento popular y espontáneo que no nos guste. La intifada salmantina; ¡lo que faltaba!

El sentido común dicta que, de existir ya un término adecuado para nombrar una cosa o concepto, no sólo no es necesario importar otro, sino que sería peligroso porque crearía confusión y, por tanto, en lugar de favorecer el entendimiento, impedirlo. Insistir en decir siempre tsunami en lugar de maremoto es una afectación lingüística; una cursilería, vamos. Convertir cualquier movida de masas que no nos guste en una intifada es, asimismo, traicionar al vocabulario castellano, que cubre perfectamente cualquier fenómeno social.

¡Esperemos que en 2008 no se arme una intifada el Día de la Toma, ni que baje un tsunami por el Darro cuando vuelva a llover!

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