Hay autores que parecen haber escrito un solo libro, pues el fulgor de éste deja en la sombra otros, ni mejores ni peores, privados de la unción del éxito o sin el salvoconducto de la fama. Arthur C. Clarke, autor de medio centenar largo de volúmenes, aunque siempre citemos el mismo, escribió un relato, El centinela (1948), que luego transformó en un guión para Stanley Kubrick y paralelamente, sabedor de que su traducción en imágenes sería otra cosa, en una novela que llevaría idéntico título al del filme. La aprensión de Clarke era legítima y la comparación entre ambas nos permitiría reflexionar sobre las diferencias entre dos formas narrativas tan opuestas. El caso es que -a pesar de compartir título, trama y aplauso- el libro 2001: una odisea espacial está a años luz de la película, aunque mi preferencia por la segunda no me impida reconocer la valía de la primera.

Junto a gente como Stanislav Lem o Ray Bradbury, Clarke es un autor clave en la dignificación de esa cenicienta de las letras que es la literatura de género, y de esa cenicienta de la literatura de género que es la ciencia ficción. Su entusiasmo por la fantaciencia se remonta a la juventud y a las fuentes que saciaron la sed primera: H. G. Wells, sin ir más lejos, y La guerra de los mundos; los extraterrestres belicosos de Wells, ésos que despertaron su interés por la alteridad alienígena, es verdad, tienen poco que ver con los guías espirituales de 2001: una odisea espacial, pero no se olvide que sin aquéllos nunca hubieran surgido éstos. Al gusto por la fantasía, Clarke sumó su formación científica (como matemático y físico), así como una capacidad para sorprender y sorprenderse, que indispensable a la hora de consagrarse a la literatura.

En su libro Perfiles del futuro (1962), Clarke escribió: "Toda tecnología lo suficientemente avanzada es imposible de distinguir de la magia". Esa propensión a la maravilla y un enfoque homérico, épico, están en su ficción más famosa. En el futuro, ningún Ulises surcará el Mediterráneo de regreso a casa, sino un Cosmos profundo, y misterioso como antaño eran los océanos, en busca de sí mismo. Ítaca está en la estrellas y allí, ahora, Arthur C. Clarke descansa tras el largo viaje.

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